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No creo en la magia.

    Desde hace décadas me pregunto -y tal vez usted también lo haga- si los seres humanos primamos más la competencia o la colaboración, y si hay alguna lo hace, ¿por qué debe ser así?.

   Esta no es una pregunta baladí, y ocupa un lugar central dentro de las ciencias sociales por un buen motivo: los apologetas de una u otra posición tienden a mirar la realidad social en términos dicotómicos, de modo tal que podamos culparnos de los males que vivimos por el exceso -o defecto- de una u otra: por ejemplo, si para un marxista solo la colaboración de clase puede evitar la perpetuación de la explotación del proletariado, para el liberal será la competencia la que ofrezca el incentivo para que la imaginación humana dé a luz la innovación y mejore el comportamiento del mercado. 

   Y como esta tantas otras: los acuerdos entre agentes dan a luz los contratos sociales; los sistemas de partidos son muestra de las ventajas de colaboración entre ítems agregadores y luchas de partidos, etc.

   Aunque nos pueda resultar fácil encontrar mercados en los que ambas dinámicas están presentes, si es el mercado el provoca ese efecto debe estar presente en todos los mercados (de no ser así, lo que provoca las dinámicas de colaboración se debe a otro motivo en el que, de forma accidental, está presente el mercado), pero resulta evidente que en muchos de ellos esto no sucede: por ejemplo, cuando una persona en situación desesperada acepta viajar a Irán para vender un riñón a un proxeneta que necesita uno, puede sostenerse bajo criterios exclusivamente economicistas (alejados de cualquier concepción razonable de la moral) que ambos colaboran: poco importa que el dinero ganado por el proxeneta lo sea de forma injusta y que el otro sujeto venda por necesidad; al contrario, para los apologetas del "libre" mercado ambos ganan, pues el proxeneta aprovecha el dinero ganado en la coacción a terceras personas para satisfacer la demanda de utilidad (renta) de aquel que le vende algo que, en realidad, no quiere vender.

   Que "todos ganan" es una cuestión de contexto que va más allá de la simple transacción en realidad: por ejemplo, si quien le va a vender el riñón es una mujer entregada al proxeneta por medio del tráfico de seres humanos y obligada por este a prostituirse, podemos empezar a cuestionar de forma más clara si realmente colaboran, pues la posición de negociación de ambos agentes no son simétricas y están más que condicionadas por las relaciones previas. Antes bien, ambos casos muestran una dinámica de competencia por el riñón, y solo el que exista un pago por el mismo puede enmascarar a los ojos de los más ingenuos que al proxeneta solo le preocupa ganar él lo que tiene el otro. Es decir, compiten, pero la gran desigualdad en las posiciones casi hacer pasar por alto este hecho.


  Pese a que el mercado haya sido categorizado por los más maniqueos como el ámbito donde ambas categorías confluyen -competencia y colaboración- gracias a la libertad de las partes, la evidencia contra la misma es tan notable que resulta difícil sostener inteligentemente ese criterio hoy en día.


   PRISIONEROS DE DINÁMICAS PERVERSAS DEL MERCADO.


   Trate de imaginar el siguiente escenario: tenemos dos países que han decidido tener un gasto público extremadamente bajo, limitado a las funciones de soberanía, a la ejecución de infraestructura básica y el control de enfermedades infecciosas.

   Ambos países son equivalentes en todas sus características esenciales (orografía, capacitación de la mano de obra, cercanía al resto de países, etc.) y en los tipos impositivos que aplican, que vamos a limitar a un solo impuesto de sociedades, ambos lo fijan en el 20% de los beneficios. Bajo esta premisa, las empresas externas que fueran a instalarse en estos países se repartirán la inversión a partes iguales, pues la cercanía de la producción garantiza la eficiencia de la igual oferta en ambos territorio. Por lo tanto, la tendencia será la de llegar a un equilibrio natural de mercado que es un Pareto óptimo.

   En este escenario, todos podrían estar contentos y muchos dirían que el mercado ha hecho su magia. Pero, ¿qué pasaría si el país A decidiera, después de pasar varias décadas sin sufrir ningún brote de una enfermedad infecciosa, eliminar su sistema sanitario preventivo y reducir proporcionalmente los impuestos que cobra? Imaginemos que ahorran un 5% en impuestos, de modo tal que su impuesto de sociedades se reduce hasta un 15% de tipo impositivo. 

   A menor tipo impositivo a igualdad de condiciones, y siempre que no se prevea un brote de una enfermedad infecciosa a corto plazo, las empresas encontrarán más atractivo invertir en este país -especialmente si los costes fijos son bajos- y exportar los productos al país B. ¿Qué debe hacer el país B ante la fuga de empresas por la bajada de impuestos del país A? Las opciones son mantener el tipo impositivo aceptando la reducción de la actividad empresarial, el aumento del paro y que ya no puedan cubrir el gasto público en base a los ingresos obtenidos por el impuesto de sociedades o reducir también los impuestos. Dicha reducción debe ser, al menos, equivalente a la del país A.

   En esta nueva situación, ambos países han quedado en situación precaria ante posibles brotes de enfermedades infecciosas y no han ganado absolutamente nada a cambio de la misma: La mano invisible ha obrado el milagro, gracias a la competencia, de poner rumbo al desastre a ambas economías pues, de hecho, el país B bien pudo reducir el gasto público en policía con la esperanza de que el Ejército se encargue como buenamente pueda de mantener el orden interior, pese a no ser especialistas en ello, y obligaría a copiar esta misma estrategia ahora al país A para no perder la inversión empresarial en sus fronteras.

   Incluso si el país B no baja más los impuestos, ninguno de los dos podrá revertir dicha bajada de impuestos sin exponerse a dejar de ser competitivo, cosa que puede ser especialmente seria si consideramos que las empresas emprenderán en planta en el país que primeramente baja los impuestos, de modo tal que el desequilibrio de la misma pueda ser mucho más difícil de revertir por el coste de la misma.


   Como ya habrá notado, las dinámicas de acción a corto plazo cuando los factores de producción son totalmente móviles -peores aún pueden llegar a ser de aplicar esa bajada de impuestos justo cuando las empresas están pensando invertir en planta: el que se lleva a las mismas, difícilmente las va a perder a corto y medio plazo- arrojan resultados negativos por primar los incentivos a la competencia y no a la cooperación, lo que nos llevará inevitablemente a resultados Pareto inferiores para la sociedad en el largo plazo, y beneficios para las empresas al corto y malos a largo plazo, de ahí que dejar las dinámicas de mercado en manos de los empresarios ofrece  resultados potenciales destructivos futuros.

   Este caso, que no es más que un dilema del prisionero, muestra la idea central de Nash de buscar una fórmula de equilibrio que logre, por medio de un acuerdo entre las partes, que la competencia del mercado acabe ofreciendo este resultado. En este caso, sería algo tan sencillo como firmar un tratado que obligue a fijar la misma tasa impositiva para ambos países en el único impuesto que cobran .


LOS APOLOGETAS DEL LIBRE MERCADO SON LOS MEJORES ALIADOS DE LOS DIFERENTES POPULISMOS.


   La necesidad de afrontar esta clase de problemas -de creación de ámbitos y dinámicas de colaboración- manteniendo mercados tan amplios como racionalmente se puedan -pues mi desconfianza es contra los mercados desregulados, no contra los inteligentemente regulados- está en la base de la obra de grandes pensadores como Thaler, Nordhaus u Ostrom, en las cuales se preocuparon de otros fallos de mercado que nos muestran el peligro de dejarlo actuar libremente.

   Consideremos, solamente, el caso de la mayor externalidad conocida hasta la fecha en cuanto a su potencial efecto apocalíptico: el cambio climático.

   El cambio climático es una externalidad no valorada por el sistema de precios, que al postergar al largo plazo los costes reales que la misma suscita, ha logrado imputar el mismo a aquellos que no los generaron: los que van a tener que invertir para frenar su efecto no han sido los que han emitido todos los gases de efecto invernadero. ¿Es esta la maravillosa mano invisible de la que muchos idiotas creen que habló Adam Smith? Si la misma guía al mercado de forma eficiente, los precios presentes deben contener los costes unitarios de reparación del mismo, pues de lo contrario el mercado está trabajando, de forma indiscutible, en un subóptimo: aquel en el que los costes no son imputados por el vendedor a el comprador por medio del precio.

   Esta es, de forma muy resumida, la crítica que hace Nordhaus del tema y una muestra clara de que el mercado sostiene, gracias a la competencia, dos potenciales malos efectos más: ocultar las externalidades negativas por parte de las empresas y postergar la actuación contra las mismas al largo plazo, de modo tal que hipotecamos a las generaciones futuras con nuestros malos hábitos presentes y pasados.

   Esta clase de manipulación masiva se encuentra en múltiples ámbitos, y aunque el gran público no pueda expresar de forma verbal lo que ya intuyen por lo que viven en el día a día, son conscientes de los peligros potenciales que estos excesos pueden representar. Y por ese motivo rechazan de forma mayoritaria las ideas libertarias pues, como acabamos de ver, las dinámicas competitivas que alienta un mercado no regulado es garantía de enfrentamientos crecientes de intereses y ausencia de la necesaria negociación que impida la misma.

   De hecho, nuestra historia reciente nos ha mostrado que las dinámicas de competencia con Estados mínimos en ámbitos como los territoriales fue la que nos envió de camino a la I Guerra Mundial; así como las dinámicas nacionalistas y proteccionistas ante la Gran Depresión puso a los países en camino de un gran conflicto, que llegó a su cénit con el auge de Hitler, fruto de la ausencia de una red de seguridad que hiciera pasar a los alemanes por necesidades graves, lo que allanó el camino para populismo de izquierda (espartaquismo) y derecha (nazismo).


   ¿Había usted considerado las mismas? Cuando escucha a los libertarios de turno hablar sobre el libre mercado, ¿contemplan estos hechos? Si la respuesta a cualquiera de las dos es un "no" -o a ambas-, tal vez ha llegado el momento de creer menos en la magia y en los demagogos y ponerse a leer un poco la obra de buenos economistas.


   

    

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