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Desigualdad y justicia. ¿Puede ser moral vivir con altas tasas de desigualdad?

   En los artículos anteriores de esta serie hemos podido responder a varias preguntas sobre la dimensión realista de la desigualdad, tales como su necesidad para lograr escapar de la pobreza y el que, en las economías de la abundancia actuales, vemos que la misma lleva reduciéndose de forma notable desde la década de los 70.
   Sin embargo, una dimensión importante del debate es la temporal, y hay muchos que sostienen que si bien en el pasado pudo ser justificable, ya no lo es: si pudo ser ética en su día para lograr escapar de la pobreza aceptar grandes niveles de desigualdad, ya no lo es.
   La visión utilitarista de la ética de la desigualdad pierde gran parte de su ímpetu ahora y, por fin, y especialmente en las economías más ricas del planeta, podemos entrar de lleno en el debate ético sobre la misma.

   Contrariamente a lo que suele defenderse desde la izquierda, la ética es un lujo que nos podemos permitir cuando la necesidad no nos atenaza. Tal y como han defendido autores tales como Aristóteles, Savater o Zizek, la ética es un lujo que nos podemos permitir cuando no tenemos que afrontar amenazas más urgentes. 
   Ante escenarios dramáticos, por ejemplo, hay que priorizar la salida de los mismos, y la urgencia en situaciones de extrema pobreza es salir de ella. Solo una vez que esté resuelto ese problema es lícito abrir el segundo debate.
   Y, desgraciadamente, aquí nos encontramos con una triste realidad: solo los liberales moderados -no los libertarios- y socialdemócratas pueden formar parte de este debate por ser los únicos que no han permitido que sus visiones distópicas de las metas a conseguir intoxiquen sus discursos y su acción política.

DESIGUALDAD Y JUSTICIA.

   El motivo por el que es sano dejar fuera de estos debates a los idealistas es porque no nos interesa especular sobre qué podría ser lo más justo desde un prisma ideal, sino formular una teoría con aplicaciones prácticas, aunque solo sean parciales.
   Por ende, el problema está en ofrecer una formulación sobre el "deber ser" que tenga algún anclaje en el "ser", o lo que es lo mismo, el problema se presenta en la tensión entre los normativo y lo empírico: para los idealistas es todo o nada, el empirista busca lo realizable, lo práctico. Y esto sin perder nunca de vista el norte.

   ¿Cómo podemos responder a ambas demandas en un debate como el de la desigualdad? ¿Cómo podremos saber cuánta desigualdad y por qué motivo se deben considerar deseables? Estas dos preguntas han estado presentes en el debate político durante muchos años, así como una tercera, ¿cómo podemos escapar de la posición del participante ante un dilema social de este calado?
   Una forma de intentar aproximarse a una solución es intentar colocarse en el lugar de aquel que se encuentra en una situación depauperada: nadie quiere tener que vivir una situación miserable en la vida y tenderá a sostener que toda desigualdad tiene mucho de injusto. Sin embargo, salvo en las sociedades subdesarrolladas, no todas las personas viven en la pobreza, y los que viven en peores condiciones pueden repudiar la desigualdad por pura envidia. Y en muchos casos, además, los que viven en peores condiciones en sociedades ricas y de pleno empleo, lo que demuestran es no hacer esfuerzos suficientes en su trabajo como asalariado -por eso no los quieren los empresarios- o de su preferencia de vivir de subsidios en lugar de trabajar de forma dura.
   Sea como sea, esa forma de afrontar el dilema no nos va a llevar muy lejos, pues ni sabemos en muchos casos por qué los pobres están en esa situación ni si los ricos lo son de forma legítima. Por lo tanto, para responder a preguntas tan abstractas necesitamos alejar un poco el foco y tratar de descubrir si existe una estructura social posible que responda a una definición racional de justicia pese a existir desigualdad. Y gracias al filósofo político más importante del siglo XX -Rawls- tenemos una herramienta que nos permite escapar a el dilema del participante e ir respondiendo a las otras preguntas: el velo de la ignorancia.
   El velo de la ignorancia nos propone esto: para saber si una estructura es justa debemos considerar la misma sin saber el lugar que ocuparemos dentro de ella. Es decir, imaginaremos que no sabemos en qué clase de familia nos criaremos, con qué clase de talentos llegaremos a este mundo, ni el lugar relativo que a los demás les pudieran llegar a corresponder bajo las mismas consideraciones, y solo entonces, tras ese velo común en el que se encuentran todas las personas que van a pactar la estructura posterior, podremos afirmar que el acuerdo resultante será justo.
   La posición tras el velo de la ignorancia nos responde a algunas preguntas claves. Por ejemplo, ¿sería justa una sociedad en la que todo lo que se ganara se repartiera a partes iguales? Vamos a suponer que nos encontramos ante una hipotética situación en la que los seres humanos son todos dependientes, exclusivamente, de sus medios de producción y todos son equivalentes. Bajo este esquema, los rendimientos que obtiene cada cual se corresponden con sus esfuerzos, de tal modo que aquel que se dedica a trabajar duro ganará más que aquel que trabaja poco y sin intensidad. ¿Sería justo, tras el velo de la ignorancia, penalizar al diligente y premiar al vago subvencionando su falta de esfuerzo? Obviamente, nadie en su sano juicio creería que una sociedad en la que eso suceda sea justa, y de ello podemos sacar una conclusión: tras el velo de la ignorancia la desigualdad social tendrá una explicación basada en la meritocracia.
   Sin embargo, bien puede pasar que la desigualdad de talentos arrojen diferentes niveles de productividad y desigualdad social en la práctica. En una realidad meritocrática, fijada de forma previa tras el velo de la ignorancia, aquel que nace siendo un genio - al no haberlo elegido- bien puede obtener más rendimientos que los demás, pero no justificará que estos pasen de un determinado nivel pues, tras el velo, él no sabrá si es un genio.
   Según Rawls, las personas cuando se encuentran tras el velo se preguntarán qué va a ser de ellos si son de los que nacen con menos capacidades o con algún tipo de minusvalía, de tal modo que todos tenderíamos a protegernos ante el infortunio. Y solo hay una manera de hacerlo, y es defendiendo su dignidad y el que no pasen penurias por su mala fortuna los de las clases más bajas. ¿Pero cómo? Si, como hemos visto, la desigualdad de talentos permitirá una vez que salgamos del velo que los mejores sean los más productivos y esta producción va a redundar en beneficio de la sociedad, solo debemos asegurarnos de que el nivel de desigualdad proteja a los más necesitados, y para ello se crea el principio maximin: por el mismo se acepta como máximo nivel de desigualdad aquel en el que los más beneficiados de dicho nivel sean los de la clase más depauperada.
   Es decir, una sociedad podrá llegar de forma progresiva a grandes niveles de desigualdad siempre que del avance de la misma ganen más los más humildes, en términos relativos, que los más pudientes.
   ¿Qué quiere decir esto de "en términos relativos"? Imaginemos dos personas que reciben, respectivamente, dos rentas anuales de 10.000$ y 1.000.000$ al año. Si ambos logran un aumento de 10.000$ de salario, el primer agente estará mucho más contento que el segundo pues acaba de doblar su renta. Esto, que en economía llamamos tasa decreciente de utilidad nos dice que cada unidad por encima del punto de origen va generando menos satisfacción, de tal modo que si aumentamos otros 10.000$ más a ambos, el agente A obtiene menos placer de los mismos que del primer aumento y así sucesivamente. Por lo tanto, si el aumento de rentas totales va siguiendo este mismo patrón, la desigualdad será justa y, de no lograrlo, injusta.
   Muchos malos críticos de Rawls no han entendido bien este punto y el que, al sostener el principio maximin, simplemente está reconociendo de forma implícita que aunque los ricos puedan recibir más rentas crecientes en términos absolutos sobre los pobres, esta seguiría siendo justa siempre que no viole la tasa marginal decreciente. Vemos un nuevo ejemplo:

   Supongamos que un trabajador de Nueva Delhi recibe un salario de 2$ al día por su labor en la industria del calzado mientras un ejecutivo de una multinacional norteamericana gana 200$ al día por ejercer su labor. Ambos reciben un aumento de 10$ y 20$ -siempre considerando que la misma es con paridad del poder adquisitivo- al día. Según los teóricos de la izquierda de la desigualdad, esto sería inadmisible porque la desigualdad aumenta aún más, pero para Rawls sería más que deseable pese a que el aumento del más rico sea mucho mayor, pues al mismo una subida de este tipo le será mucho menos útil que al primero, por lo que la misma pese a ser desigual beneficia más al que se encuentra en la peor posición.
   
   Como vemos, la fórmula de Rawls encaja perfectamente en este sentido con la teoría económica formal y la ética liberal, pues Rawls contempla este principio no como una forma de subvencionar a vagos, sino de crear sociedades prósperas, y eso exige el mejor esfuerzo de cada cual en la búsqueda del bien común. Bien común que, por cierto, y como ha apuntado correctamente el seguidor más brillante de Rawls y que llegó a ganar el Nobel de economía, Jean Tirole, los beneficios de las sociedades prósperas se obtienen por medio de consensos y sacrificios sociales, lo que resulta de que la búsqueda de lo que podemos considerar justo no pueda partir de la visión de un agente individual, sino de una concepción colectiva.
   Y la misma regla que se aplica a las desigualdades de rentas aplican a las desigualdades de derechos: los mismos no se deben reconocer en la misma manera, sino buscando el beneficio de los más vulnerables.
   ¿Cómo sería esto? ¿Acaso no merecemos todos tener el mismo acceso a una serie de derechos y libertades universales igual de extensos? Ciertamente, Rawls lo ve así. Pero dentro de su concepción del Derecho cree que la búsqueda del máximo beneficio en el reconocimiento de derechos para el más vulnerable es la misma medida que se aplicarán a aquellos que no lo son -de tal modo que, en la práctica, los derechos humanos seguirían ocupando el mismo lugar que toman ahora- , y por lo tanto el problema de la limitación no está en su base, sino en las excepciones. ¿Quién debe tener derecho a trabajar como médico? ¿Y como taxista? ¿Quién debe tener acceso a una licencia para tener perros potencialmente peligrosos? Cada una de estas preguntas obtiene distinta respuesta al pasar por el anterior filtro: como médicos deben poder actuar aquellos que gracias a tener los conocimientos adecuados prestan un servicio que mejoran a la sociedad, no la deben tener curanderos y chamanes; como conductor puede trabajar aquel que demuestra tener la habilidad para ejercer bien su labor, no debe reconocerse a aquel que conduce de forma regular bajos los efectos del alcohol o suele usar su vehículo para practicar conducción de riesgo en espacios públicos; licencias de perros potencialmente peligrosos deben estar en manos de personas responsables que compensen el temperamento del can con una educación basada en la disciplina, el respeto y, sobretodo, el amor. De ese modo el perro puede jugar un papel prosocial y ayudar a sentirse seguras a las personas del vecindario que disfruten de la compañía del más fiel amigo del hombre.

   Desgraciadamente, todo esto suena demasiado perfecto como para poder ser real, y en la práctica las ideas de Rawls tienen dos agujeros inmensos que ponen su aportación en el lugar que le corresponde:

   1º. El velo de la ignorancia es una ficción imposible de ver en la práctica por motivos obvios. De una parte, todos nacemos en un entorno dado y tenemos relaciones estables durante nuestra educación más temprana, lo que nos ofrece ya una determinada visión del mundo con un sesgo de clase. La evidencia científica al respecto es aplastante, y tanto pedagogos como psicólogos han tratado de convencer en vano a la sociedad: abrirse a la convivencia con personas de distintas clases sociales mejora las relaciones mutuas y ayuda a empatizar con los demás y a evitar despersonalizar los problemas de los demás.
   De hecho, uno de los motivos por los que no se demoniza la riqueza en los países nórdicos es porque no es usual hacer ostentación exhibicionista de la misma. Cuando alguien la usa es porque, por norma general, trata no solo de disfrutar de la misma por las prestaciones que le puede dar tener un buen coche, sino por el estatus diferenciador que le da. Si esos comportamientos infantiles se sacan de la ecuación -y que pueden dar cuenta de por qué incluso los coches de alta gama más vendidos en países como Alemania son más discretos que los más demandados en países latinos- tenemos buenos motivos para creer que habrán tendencias centrípetas en lugar de centrífugas.
   Tirole ha llegado a sostener, por solo citar a un autor, que esta forma de actuar y otras similares -como incluir estos términos en el debate público y en sectores como el educativo- tienen el efecto de recrear de algún modo del velo de la ignorancia. La verdad es que solo puedo estar de acuerdo a medias: en países como Francia es posible que sea así, pues su profesorado está menos ideologizado que el de España y el gran enemigo a vencer es el del nacionalismo radical de Le Pen. Pero en países con tendencias de izquierda -España es un país conocido en la jerga de las Ciencias Políticas como "de asimetría de izquierda", es decir, que ante ambientes neutros el votante se inclina más por posiciones de izquierda generando una asimetría cuantificable y que juega un papel importante como preferencia previa- como España, y en la que el profesorado cumple funciones de lobby más o menos conscientes para el Partido Comunista -incluído en Izquierda Unida- y para Unidas Podemos por transitividad. En ese caso, el velo nunca será de la ignorancia, sino a través de la ideología y tendría efectos muy perversos.
   2º. Rawls presupone que tras el velo de la ignorancia todos tenderíamos a querer proteger a los más débiles por el temor propio de estar entre ellos. Sin embargo, la evidencia recabada en múltiples experimentos muestra que las personas tienden a creer que, en esa situación, su situación se situará en la media, por lo que su compromiso con las clases más depauperadas no está claro, y mucho menos que fuera a haber un compromiso firme con el principio maximin.

   A tenor de esto, ¿es útil el velo de la ignorancia? Rawls tuvo que reconocer, a raíz de la crítica de Lessnoff, Nozick y Habermas, que la misma tenía más de experimento mental que política aplicable. Pero eso no hizo perder la fe a los herederos de su pensamiento que han sostenido que es posible usar su modelo para acercarnos a ese ideal de sociedad, y que la misma solo se puede llegar a ver con una fusión de democracia liberal, libre mercado y estado del bienestar. De hecho, muchos de los autores que encajan en la definición de "socioliberalismo" -una categoría terriblemente vaga que intento evitar tanto como puedo- tienen muchísimo de rawlsianos, sean o no conscientes de ello.
   Llegados a este punto, tal vez se pregunte qué utilidad tiene para nuestros fines la obra de Rawls, y nuevamente la respuesta es doble: de una parte, y tras haber analizado cómo pueden llegar las sociedades a escapar de la pobreza, quedaba por responder la incógnita de cómo afrontar la desigualdad en las mismas. Y si bien cada país sigue un esquema de redistribución de rentas y sostenimiento de otras políticas sociales que sirve a sus fines políticos, el pensamiento rawlsiano sirve como una especie de regla que nos ayuda a separar qué parte es puro clientelismo y cuál es una política redistributiva con sentido. ¿Es la subvención de charlas de travestis a chavales de 1º de la ESO una política que se ciña a criterios de justicia? ¿Y el ingreso mínimo vital? Esta y otras pueden ser respondidas gracias a su pensamiento y puede ayudar a separar el polvo de la paja.
   Y, en segundo lugar, era necesario afrontar su estudio por el mismo motivo que Sandel expone a sus alumnos de Filosofía en Harvard: cuando empezamos a plantearnos las grandes preguntas de la vida y buscamos respuestas, ya nada volverá a ser igual. Supone, por lo tanto, un ejercicio tanto de responsabilidad como de autodescubrimiento, en el que por medio de plantearnos las preguntas adecuadas podemos llegar a conclusiones que nos lleven más allá de lo que podíamos en un principio intuir. En el problema de la desigualdad el pensamiento de Rawls es el más evolucionado con muchísima diferencia y es el único que ofrece herramientas que nos pueden ayudar, siendo honestos, a reducir los sesgos de partida que en toda visión de lo que podemos considerar una buena sociedad va a operar. Tal vez por eso haya sido un autor tan odiado, a la vez que reconocido: y es que, de los tres grandes referentes de la filosofía política del siglo XX (Rawls, Nozick y Arendt, aunque esta última rechazara formar parte de los filósofos políticos. De otra parte, no pretendo minimizar la importancia que hayan tenido otros pensadores tales como Marcuse, Hayek, Habermas u Oakeshott, mucho menos relativizar la importancia criminal que ha tenido el aporte de Lenin, tan solo reconocer a aquellos cuyo aporte puede tener algo que inspire buenas políticas prácticas, y en ese sentido los tres primeros han sido los más influyentes) Rawls brilla con luz propia.
   

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