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Una visión lateral de la pandemia: el COVID-19 no es lo que crees. BORRADOR NO TERMINADO

 Una de las formas más usuales de medir ciertas dimensiones de la inteligencia es presentar al sujeto de estudio problemas de pensamiento lateral, que exigen del mismo el uso de estrategias heterodoxas para poder resolver determinados dilemas. Lo que la misma exige, básicamente, es un cambio en la perspectiva usual y convencional del problema para poder entender a plenitud la naturaleza de este y sus posibles soluciones, que al ser extrañas para las personas adictas al pensamiento lineal, pueden llegar a ser bastante impresionantes. La política no es una esfera diferente en este sentido: nos enfrentamos a una cantidad sobresaliente de informaciones e interacciones entre agentes que hacen fácil perderse en el mare magnum de las mismas sin entender su estructura profunda y el significado de las mismas, y solo usando el pensamiento lateral podremos escapar de las tentativas de los medios de comunicación (y de los comunicadores singulares) de seguir el pensamiento lineal que a ellos intere
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No creo en la magia.

     Desde hace décadas me pregunto -y tal vez usted también lo haga- si los seres humanos primamos más la competencia o la colaboración, y si hay alguna lo hace, ¿por qué debe ser así?.    Esta no es una pregunta baladí, y ocupa un lugar central dentro de las ciencias sociales por un buen motivo: los apologetas de una u otra posición tienden a mirar la realidad social en términos dicotómicos, de modo tal que podamos culparnos de los males que vivimos por el exceso -o defecto- de una u otra: por ejemplo, si para un marxista solo la colaboración de clase puede evitar la perpetuación de la explotación del proletariado, para el liberal será la competencia la que ofrezca el incentivo para que la imaginación humana dé a luz la innovación y mejore el comportamiento del mercado.     Y como esta tantas otras: los acuerdos entre agentes dan a luz los contratos sociales; los sistemas de partidos son muestra de las ventajas de colaboración entre ítems agregadores y luchas de partidos, etc.    Aun

Reducción de la desigualdad y retos futuros (último artículo de la serie).

    Ahora que ya hemos descrito con cierto lujo de detalles tanto la evidencia científica como la mejor teoría de la justicia que nos ofrece la filosofía política, ha llegado el momento de dar un paso más allá y enfrentar el sombrío futuro que nos espera si continuamos abrazando ideologías populistas y las soluciones mágicas que estas defienden.    Ciertamente, lo que ha ocurrido en el pasado no tiene por qué repetirse en el futuro -de hecho, las diferencias cualitativas a las que nos enfrentamos en un futuro próximo nos invitan a pensar que las fórmulas pasadas del escape seguirán siendo útiles en buena parte del planeta, especialmente en los países más pobres-, la perspectiva de los países ricos es muy diferente, y existen justificados miedos de que retornemos a niveles importantes de pobreza de no adaptar las políticas públicas a los nuevos desafíos a los que nos enfrentamos.     ¿Por qué existe ese temor en los países ricos? Como vimos en el tercero de los artículos de esta serie,

Desigualdad y justicia. ¿Puede ser moral vivir con altas tasas de desigualdad?

   En los artículos anteriores de esta serie hemos podido responder a varias preguntas sobre la dimensión realista de la desigualdad, tales como su necesidad para lograr escapar de la pobreza y el que, en las economías de la abundancia actuales, vemos que la misma lleva reduciéndose de forma notable desde la década de los 70.    Sin embargo, una dimensión importante del debate es la temporal, y hay muchos que sostienen que si bien en el pasado pudo ser justificable, ya no lo es: si pudo ser ética en su día para lograr escapar de la pobreza aceptar grandes niveles de desigualdad, ya no lo es.    La visión utilitarista de la ética de la desigualdad pierde gran parte de su ímpetu ahora y, por fin, y especialmente en las economías más ricas del planeta, podemos entrar de lleno en el debate ético sobre la misma.    Contrariamente a lo que suele defenderse desde la izquierda, la ética es un lujo que nos podemos permitir cuando la necesidad no nos atenaza. Tal y como han defendido autores

Más allá del vacío debate ideológico sobre la desigualdad: ¿qué nos dicen los mejores científicos sobre las ventajas e inconvenientes de la desigualdad?

   Como pudimos ver en el anterior artículo, existen muchos argumentos a favor y en contra de permitir grados elevados de desigualdad y no todos tenían el mismo valor: en un tema tan serio como este, los argumentos sensibleros deberían quedar al margen del debate y abordarlo con el mayor rigor científico.    Precisamente eso es lo que han intentado hacer grandes politólogos y economistas, pues es menester conocer las consecuencias prácticas de una desigualdad importante y por qué ocurre que, de forma irónica, son los países que abrazan el liberalismo y la resolución de conflictos que ella propugna -como la negociación y el mutuo reconocimiento como personas con dignidad- las que han permitido llegar a sociedades muchísimo más igualitarias que los países que se declaran abiertamente socialistas.    Sin embargo, y para no dejar para más adelante la respuesta a la pregunta que el lector seguramente ya se ha hecho- si el liberalismo fomenta la igualdad de algún modo, ¿por qué en USA exis