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Las relaciones mundiales de poder con el COVID-19 como trasfondo: ¿Logrará China sortear la crisis de credibilidad y superar a USA como primera potencia en el medio plazo?




  El estallido de la pandemia mundial de COVID-19 en Wuhan ha puesto patas arribas el panorama internacional y se ha hecho complejo vaticinar qué puede pasar a medio plazo con las dinámicas de poder que tienen lugar en ellas.
   De hecho, y por muy irónico que pueda llegar a parecer, no están muy equivocados los teóricos de la conspiración sobre quién puede ser el gran perjudicado de su difusión planetaria, llegando a especular que este virus ha sido liberado por aquellos países con los que China compite, con la intención de lesionar los intereses chinos -pueden haber acertado sobre quién es el potencial perdedor de este fenómeno, no sobre que el mismo haya sido intencionado. Y mucha menos razón parecen tener aquellos que afirman que ha sido la misma China la que ha liberado el virus con la intención de sacudir la posición de superpotencia de USA-. Esto último parece estar muy lejos de tener fundamento con la información de la que disponemos hoy, pues si hay algo fuera de discusión en este contexto es la relevancia sensacional que tiene para China el mantenimiento de la normalidad en las relaciones comerciales, y que cualquier perturbación en la misma puede tener dramáticas consecuencias económicas para el país del dragón.
   Sin embargo, es difícil considerar un escenario peor para el marketing de una empresa -o de un país- que el relacionarlo con la muerte de algún modo, máxime cuando se pueda hacer la correlación a nivel cognitivo de intencionalidad y muerte.
   ¿Pero qué intencionalidad? Si dejamos de lado a los conspiracionistas, buena parte de la opinión pública culpa a los chinos de haber ocultado información sobre cuándo empezó el brote de coronavirus y, una vez empezado, el verdadero potencial de contagio y mortalidad vinculado al mismo. Y en esto se encuentra con uno de los talones de Aquiles propios de las dictaduras, especialmente de aquellas que gozan de la etiqueta marxista de "dictadura del proletariado" por mucho que trate de disfrazarse de democracia, pero eso sí, en su versión más alejada de lo que significa la palabra: ese talón de Aquiles es el mutismo, que no solo actúa como una forma de mantener bajo control la información que llega a su pueblo, sino como una manera de hacer entender al resto de actores políticos su lugar relativo dentro del país y también fuera.
   Efectivamente, las estructuras verticales tan acusadas generan sesgos de información tanto hacia afuera -el pueblo- como hacia adentro -dentro del propio gobierno- por el temor que sufren los encargados de frenar una pandemia de no lograr su objetivo. En ese caso puede tener mucho sentido ocultar la información hasta que no quede más remedio, pues las consecuencias de no ser "eficaz" en dictaduras tan pragmáticas como la china pueden ser desastrosas. 
   De hecho, creo que podemos hacer un experimento: intente imaginar que es usted un científico que trabaja para China y recibe la orden de investigar cuál es el potencial de peligrosidad de un brote de una nueva cepa de coronavirus. Es muy probable que sabiendo los peligros que lleva aparejado para usted dar una opinión que alarme al régimen intente ser conservador con su valoración, especialmente porque la anterior experiencia del SARS finalmente no llegó a convertirse en una amenaza mundial. Lo contrario, avisar de que se espera una pandemia cuando existen solo unos pocos casos de una nueva cepa de coronavirus de la que se desconoce muchísimo más de lo que se sabe, podría llevar a el régimen a movilizar muchos recursos que, de no existir tal pandemia, harían volar sobre su cabeza el temor de las consecuencias.
   Es decir, ¿qué se debe hacer en tal circunstancia? En una auténtica democracia, errar en este ámbito tiene consecuencias limitadas -incluso después de advertir de que el coronavirus sería algo residual en España, Fernando Simón ha sido defendido por el Gobierno de forma incondicional y por buena parte de la opinión pública-, pero en una dictadura que oculta de forma sistemática cómo trata a los que fallan al Régimen, cualquier cosa es posible. Este sesgo, que ha sido estudiado en psicología y economía de la conducta hasta la saciedad está más que demostrado, y explica por qué los expertos tienden a dilatar tanto como pueden sus diagnósticos pese a que el tiempo sea un factor fundamental.
   Esta tendencia, conocida en la jerga como "aversión al riesgo", se ve reforzada por el hecho de que el análisis de probabilidad juega en contra de los hechos novedosos (¿quién no ha pensado que es poco probable que veamos un terremoto en breve porque no hemos vivido ninguno en mucho tiempo?) pese a que el riesgo al que nos enfrentemos sea nuevo, pues esta cepa de coronavirus no tenía equivalentes pasados, tan solo un similar: el SARS.
   Este efecto se ve potenciado en ambientes hostiles, y está tras el otro gran drama que ha vivido la humanidad en los últimos cincuenta años -si dejamos de lado la Gran recesión- , como fue el desastre nuclear de Chernobyl: como reconoció en su día el mismo Gorbáchov, los militares encargados de informar de forma temprana del accidente dilataron en exceso la transmisión de la información hasta que ya el desastre estaba garantizado.
  
 ¿Pero qué tiene que ver esto con el tema que ahora nos preocupa? Una de las bases de los regímenes dictatoriales es la necesidad patológica de orden para mantener sus expectativas económicas. No es que no puedan adaptarse a entornos cambiantes en relación a los avances tecnológicos o en el descubrimiento de nuevos mercados, sino a la necesidad de actuar en un marco rígido y predecible en el ámbito juríco-mercantil para facilitar la tarea del regulador central que es, en el ámbito económico, el planificador del mismo. Y esto es así porque mientras los cambios en el sistema sean pequeños -como le ha sucedido a China en los últimos 35 años, con la única gran excepción de la catástrofe que sufrieron al tratar de privatizar su sistema de salud en los ochenta- el planificador puede seguir apoyándose en la mayor parte de la información de la que dispone. 
   Una economía como la china, tan imbuída de mercantilismo y tan poco de capitalismo -pese a que se tienda a creer lo contrario de forma discutible- , no tiene el potencial de adaptación que puede llegar a exigir el libre mercado por impedir las rápidas transferencias de información entre múltiples agentes que, en busca de su interés, tratan de lograr el mejor resultado posible. Si este es el verdadero espíritu del capitalismo y el libre mercado, no lo es menos que el único sistema político que encaja a la perfección con el mismo -la democracia- exige una muy extrema libertad de expresión y difusión de ideas para operar obteniendo su máximo potencial.
   Pero no es esta la única ventaja del tándem democracia liberal/libre mercado-capitalismo, sino la de la extrema adaptación de los mismos a entornos cambiantes. Entornos que son, por decirlo sin eufemismos, proveedores inmensos de información que pese a las herramientas de las que disponemos hoy en día -como el Big data- no podemos llegar a prever a medio plazo cuáles serán las tendencias de los mercados, especialmente en entornos cambiantes.
   ¿Cómo se puede esperar, por lo tanto, que China pueda competir con USA en un escenario en el que se la culpa -con razón- de las muchas muertes que ha causado el virus y se exige a los gobiernos que se cierren al mercado con ella? Simplemente, no pueden. Si China llegara a ver que se cierran los mercado de USA y la UE a sus productos iría camino de una recesión de órdago, tal vez una como la que nunca se ha visto en la historia de la economía contemporánea.
   Seguramente por ese motivo han afirmado fuentes del PCCh que cualquier represalia a nivel comercial sería visto como un acto de extrema hostilidad contra China, todo ello situado en el marco de las declaraciones que tanto Macron como Trump han hecho: la posibilidad de redefinir todos los tratados comerciales que las economías más ricas del planeta han perfeccionado hasta ahora.
   Y es que, por mucho que pueda doler a los prochinos, no debemos olvidar que USA y la UE son los dos mercados más pudientes del mundo, con rentas altísimas, mientras China ha llegado a ser un país de rentas medias hace escasos años, y no tiene el potencial de absorber su producción por su propia población y, tal vez lo más preocupante a estas alturas, mucho menos va a tener fácil obtener retornos de inversión de cerrar la puerta al comercio los países más pudientes -no olvidemos los costes que supusieron la nueva Ruta de la Seda y los más de 20 billones de dólares que el BAII confirmó para la inversión en países de Oriente Medio y Próximo- .

   Por todo ello debemos entender que la posición de China es muy precaria en este contexto, y que por muchas donaciones de materiales sanitarios que hagan a los países que han sufrido con más virulencia el COVID-19 ( y que, debido a su muy lamentable calidad, han sido casi peor tarjeta de presentación que el no haber hecho nada), su deteriorada imagen puede llevar a que se toman medidas duras contra la misma que la pongan en una situación casi dramática en el ámbito económico. Especialmente si USA es capaz de presionar a la UE para que dirijan su demanda comercial a otros países con economías emergentes, como puede ser la India, para obtener productos baratos y de calidad media-baja: el papel que siempre quisieron que tuviera China en el comercio internacional.

   Eduardo José Ramírez Allo.

Comentarios

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias, Luís Guillermo, por el comentario y el reconocimiento de nuestro trabajo.
      Saludos cordiales.

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