El feminismo, como
movimiento político y social, es con toda seguridad el mejor caso de
éxito la irrazonabilidad política que hemos vivido en varios
siglos.
Siendo un movimiento que
no nace de forma autónoma, sino como un hijo no deseado de la
Ilustración, ha logrado sobrevivir a las formulaciones del
liberalismo más primitivo, del comunismo y del posmodernismo y, no
obstante, pese a estar estos superados en buena medida, proyectarlos
hacia el futuro gracias a disfrazar muy bien a los ojos del público
en general sus verdaderas intenciones.
Sin embargo, no es este un
artículo que tratará sobre la injusticia mayúscula que está
detrás del feminismo (con las únicas excepciones del feminismo de
la igualdad y liberal), y no es otra que imponer una visión femenina
del mundo, y ello pese a que los resultados de imponer un orden
social en base al sexo en lugar de al mérito puede tener
consecuencias apocalípticas. Antes bien, analizaremos su origen y
algunas de las contradicciones y giros en el contexto que provocó el
salto de una formulación a otra.
Un nuevo problema de
definiciones.
Desgraciadamente, el
feminismo no es ajeno a los problemas de conceptualización y
categorización que siguen a todos los temas polémicos. Si bien no
existe mucha discrepancia en considerar que el feminismo evoluciona
por olas (en referencia a esa fuerza irresistible que someterá todo
a su paso), si lo existe a la hora de enumerarlas, existiendo una
discrepancia a nivel de escuelas (continental -europea- y
anglosajona) y entre autores.
En cualquier caso,
nosotros presentaremos ambas, pero luego las usaremos de forma
discrecional:
1º Bajo la escuela
continental, existen cuatro olas que son, cronológicamente, la del
feminismo liberal de la primera ola (finales del XVIII y XIX),
feminismo marxista de la segunda ola (especialmente marcado por la
obra de Simone de Beauvoir), reformulación del feminismo liberal y
auge del feminismo radical (en la década de los setenta, y
perteneciendo ambos a la tercera ola) y feminismo de la cuarta ola,
que se inicia con la Cuarta Revolución industrial y llega hasta
nuestros días.
2º Según la escuela
anglosajona, el feminismo de la primera ola es el de la igualdad
(nacido de la Ilustración), el feminismo de la segunda ola o
feminismo sufragista (desde el siglo XIX hasta el XX -inclusive-),
feminismo de la tercera ola (dividido en feminismo liberal y radical)
y feminismo de la cuarta ola (en los mismos términos que la anterior
escuela).
No obstante, no queremos
dejar de llamar la atención a nuestro querido lector que diversos
manuales de los Estados Unidos (y también la Wikipedia) consideran
que la primera ola fue la sufragista, siendo la iniciada en la década
de los setenta la segunda ola.
Como ve hay diferencias
entre ambas, pero no debe preocuparle esto especialmente: el relato
de cómo avanzó de unos a otros está aceptado universalmente y solo
cambia el considerar si primaron unos aspectos u otros en cada una de
las olas.
El feminismo de la primera
ola es aquel que se inspira en el pensamiento de los ilustrados y los
documentos políticos más notables de la época: habida cuenta que
la Declaración de derechos del hombre y el ciudadano era,
literalmente, de uso exclusivo masculino, Olympe de Gouges redacta la
Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana, como denuncia
del “olvido” voluntario de las mujeres como sujetos de derechos
civiles y políticos. Por su parte, y en el Reino Unido, Mary
Wollstonecraft redacta la Vindicación de los derechos de la mujer,
y comparte con la anterior la demanda de una educación equivalente a
la del varón pues ambos son seres racionales, y como tales deben ser
tratados como iguales.
Pese a que también exigen
la ampliación de los derechos civiles patrimoniales (sin la
necesaria participación del esposo o padre), Wollstonecraft exige
que existan discriminaciones en favor de la mujer como fruto del
histórico sometimiento de la mujer al varón, y que podrían
compensar este agravio histórico.
Bien lo entendamos como
feminismo liberal (a fin de cuentas, ambas autoras defienden
proclamas propias de nuestra ideología y, de hecho, incluso la
propia Wollstonecraft mantuvo una relación con el anarquista William
Godwin, con el que engendró a la archiconocida Mary Shelley) o de la
igualdad (por pretenden equiparar en derechos a hombres y mujeres),
ambos hacen referencia a esta primera ola del feminismo.
El feminismo sufragista
tenía la intención de lograr la ampliación de los derechos
políticos, y del voto en particular, a las mujeres. Habida cuenta
que la Revolución francesa supuso en retroceso en la práctica de
los derechos de las mujeres (Olympe de Gouges, por ejemplo, fue
guillotinada), no es de extrañar que el mismo tuviera su fuerza en
los Estados Unidos de América y el Reino Unido, donde el matrimonio
de Stuart-Mill y Harriet Taylor habrán de sentar las bases para
lograr su aprobación ya entrado el siglo XX.
El panorama en los Estados
Unidos fue más complejo, pues el derecho al voto no solo se limitaba
a la mujer, sino a los negros. Ante esta situación se desarrolla un
feminismo con tintes de crítica racial que sostiene la necesidad de
poner fin a la esclavitud y avanzar hacia una igualdad real de
hombres y mujeres independientemente de su sexo y raza. Por cierto,
al respecto tuvo la secta de los cuáqueros una particular
importancia a la hora de restar legitimidad a el argumento religioso
en favor de mantener la preeminencia del varón sobre la mujer, pues
según su credo podían estas ocuparse de asuntos de la congregación
(cosa que, según las Santas Escrituras, corresponde en exclusiva al
varón).
Con el fin de la II Guerra
Mundial se universaliza el voto, pero no por ello desapareció el
feminismo: logradas las conquistas políticas, había llegado el
momento de lanzarse a por el imaginario colectivo en el mundo
cultural, y la clave en ese sentido fue la publicación de El segundo
sexo, de Simone de Beauvoir.
Según esta autora, la
mujer es un producto cultural y social que encaja en los roles que el
mundo creado por los varones le confieren. Es decir, la mujer no es
lo que quiere ser, no es libre, sino que vive en una especie de jaula
de cristal de la que no puede escapar y que se limita a su función
como madre, hermana, hija o esposa. Es decir, su papel pivota alredor
del hombre, ocupando una papel semejante al de un actor secundario en
una obra cuyos actores protagonistas son solo hombres.
Los mecanismos para ello
van desde la educación a la cultura (obras de Moliere o Quevedo dan
muestra de su misoginia) ,pasando por el elemento crucial, que es la
socialización: “no se nace mujer, se llega a serlo”.
Este elemento de
constructivismo social, aunado con su relación con Sartre
(estalinista primero y, luego, al descubrir sus horrores, maoísta
después -muestra perfecta de que obtener un Nobel no es obstáculo
para ser un absoluto idiota-) le granjearon el apoyo de grupos
marxistas que, pretendiendo aprovechar cualquier cosa que sirva para
sacudir al capitalismo, ampara y amplía las opiniones de Beauvoir.
El conocido como feminismo
de la tercera ola tendrá dos desarrollos radicalmente opuestos: el
primero es el que apadrina Betty Friedan y sostiene en La mística de
la feminidad que las mujeres se enfrentan a un problema que no tiene
nombre, y que toma la forma de un dilema existencial fruto de la
sociedad de la abundancia keynesiana desarrollada a partir del fin de
la II Guerra Mundial.
Con el fin de la Guerra,
las mujeres retornan a sus hogares para dejar los trabajos a los
varones y ocupar un rol centrado en las tareas del hogar que, ante el
desarrollo de los nuevos electrodomésticos, llevan a cuestionar a la
mujer cuál es su papel en el mundo, y que se espera de ellas. Este
tipo ideal se puede observar en el papel de Betty Draper en la genial
serie Mad Men y en la oscarizada película Las horas.
Por contra, el feminismo
radical llevará a su máximo esplendor las categorías marxistas
aplicadas al feminismo, entendiendo respecto al mismo que “radical”
se refiere a la forma de Marx de entender el término, es decir, que
va a la raíz.
Las dos grandes referentes
del movimiento serán Kate Millet y Shulamith Firestone, bajo cuyas
obras pasa a estar el sexo en el centro de la escena, desarrollando
la visión del patriarcado como el sistema de dominación sexual que
sustenta el resto de dominaciones (como la racial o de clase) .
Del
mismo modo, presentan el concepto de género como la construcción de
social de aquellos comportamientos que definen la propia
identificación con una inclinación conductual.
El feminismo radical fue
superado en muchas de sus formulaciones por el recién rearmado
feminismo liberal y la crítica formulada desde el posmodernismo. No
obstante, y pese a ello, habida cuenta de la carga emocional e
irracional de los mismos (ideales para exaltar a las masas y unas
mujeres que se habían querido tragar el anzuelo de las
discriminaciones en las sociedades más igualitarias en cuestión de
sexo de la historia), los mismos se van a exportar a la cuarta ola
del feminismo.
No es este un concepto
unánimemente aceptado, pero debemos reconocer que si el apoyo de
masas y su impulso a todos los niveles y en todos los frentes lo que
le da la categoría de ola, esta cuarta es la que más cumple con
todos los requisitos para ser considerada como tal.
No encontraremos en la
misma prácticamente nada nuevo en el plano intelectual (en el pasado
había mucho “nuevo”, lo que no quiere decir que fuera bueno),
pero sí existe un fuerte carácter reivindicativo a raíz del
nacimiento gradual de feminismos en ámbitos tan diferentes como el
ecologismo o el animalismo. No obstante, sí que existe un elemento
bastante común en todos estos feminismos (fíjese en el término: ya
difícilmente se puede hablar de feminismo en singular) , y una
abierta hostilidad hacia todo lo que se considere culpable de la
imaginaria sumisión de la mujer al hombre, y el capitalismo es su
blanco principal.
Eduardo José Ramírez
Allo.
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