Pese a el optimismo que pueda despertar la realidad
descrita -en el anterior artículo- entre aquellos que sueñan con la superación del actual
orden internacional y la caída de USA de su posición de
superpotencia en solitario, existen fuertes motivos para creer que
esto no va a suceder o, al menos, no va a ser fácil para China. Al
respecto, veremos tres argumentos en este sentido: las matizaciones a
las virtudes del sistema de innovación chino que vimos en el
artículo anterior, las barreras estructurales chinas y el
proteccionismo que ante el expansionismo chino han aplicado las
principales potencias económicas.
Comenzando por situar en su contexto pleno las virtudes
del sistema de innovación chino, debemos matizar que su sistema
educativo tiene serias taras para dar el salto de la especialidad en
ingeniería inversa a tomar la vanguardia en creación de métodos de
investigación y creación de nuevo conocimiento. Al respecto, es de
dominio público que buena parte de los estudios publicados en
revistas científicas y de origen chino pecan de no ser más que
metaanálisis mal disfrazados que tienen un escaso valor disruptivo
(o, en términos de Kuhn, de cambio de paradigma) y solo ayudan a la
acumulación natural de conocimientos o la redefinición de problemas
(que pese a ser de gran valor, en el ámbito de la innovación
puntera tienen un valor subordinado).
A esto no ayuda las bajas remuneraciones de los
profesores universitarios, a los que se exige un reciclaje de
conocimientos regular que suponga realizar cursos de, al menos, un año
en universidades extranjeras para adquirir conocimientos
metodológicos de vanguardia, y tras lo cual pueden aspirar a premios
bien remunerados (existe evidencia de casos cuya cuantía ha sido
superior a los 150.000$).
De este modo, vemos que el sistema incentiva la
superación de las pruebas universitarias y la formación continua
del profesorado, pero este va por detrás en innovación comparados con sus
colegas de las universidades occidentales.
Es más que probable que esto tenga que ver con la
particular relación que tienen las universidades y empresas del
mundo occidental. Como es bien sabido, la universidad tiene la doble
función de actuar como formadores de nuevos talentos y de
desarrollos de programas de investigación, pero el ámbito de
supervivencia de la empresa es la oferta de nuevos productos con
valor añadido en mercados competitivos, lo que exige la continua
investigación y mejora de sus productos.
Ejemplos de esto son las mejores universidades de Estados
Unidos o Alemania, en las que la determinación de contenidos para el
estudio se corresponden con las necesidades del mercado (es una idea
caduca y que debería superarse en los países de habla hispana el que
las universidades deben actuar como los guardianes de la sabiduría...
Obviamente, se debe cumplir con esa función, pero también con la de
la oferta de perfiles profesionales que demanden las empresas) nos
recuerdan que esa interdependencia genera dinámicas competitivas
dentro de las propias universidades y la preferencia de contenidos
prácticos, que hacen innecesarios una segunda formación del
alumno/empleado cuando dé el salto al mundo laboral.
Precisamente este tándem genera una dinámica de avance
constante que exige para mantenerse una pequeña intervención
estatal limitada a los marcos regulatorios estrictamente necesarios.
Todo lo que pase de ello actuará como freno al descubrimiento de
mercados y la innovación que lleve a la explotación natural de los
mismos que, como sabemos, en competencia fomenta la continua
superación de tecnologías por otras más eficientes y adaptadas a
las necesidades de la demanda.
China tiene aquí un serio talón de Aquiles, pues pese
a estar apoyando de forma estatal a todo el sector innovador, no está
generando este en conjunto los retornos de inversión deseados, y es
solo el más puntero el que sí lo está haciendo. Esto ha generado
una oferta empresarial dual que sitúa a unas pocas empresas como
punteras a nivel mundial (como la famosa Huawei) y perfectamente
capaces de competir en los mercados abiertos con una mayoría que no
lo hace, y que explica por qué China no destaca por las altas
aportaciones en las partes altas de las cadenas de valor a nivel mundial. En efecto,
si obviamos las empresas anteriores, su mayor papel en las cadenas
globales de valor es el de ensamblador, lo que nos muestra lo lejanas
que están sus expectativas de cumplirse.
Muestra de ello es el completo fracaso que tienen la
aprobación de demanda de patentes en mercados como el
norteamericano, el de la UE o el japonés, en los que se han
encontrado con otras registradas de forma previa y que hacían
imposible su aprobación.
La solución estándar a tal dilema ha sido la retirada
del Estado según van dándose las “condiciones del despegue”
según Rüstow. Sin embargo, China no parece darse por aludida por la
misma y la profusión de normativa discriminatoria (especialmente
para la importación) contra las empresas extranjeras (y para la que
se ha dado desigual trato a aquellas empresas que iban a dejar un
know-how útil para su tejido empresarial, y que han sido -por
ejemplo- Microsoft, General Motors o Pfizer) dan buena cuenta del
freno que, para la empresa media y baja, resulta su modernización.
¿Tomará consciencia el PCCH de la necesidad de
retirada de la que hablamos en un plazo razonable? Francamente, creo
que esa transición hacia el menor control y dirigismo estatal no
están en la agenda, y los futuros planes para el fomento de la
innovación deberán ser imaginativos para ofrecer una respuesta que
el libre mercado ya ofrece a quienes están dispuestos a aceptar sus
reglas.
Una forma de tratar de superar esta tara es comprar en
origen a las empresas que puedan satisfacer sus demandas de
tecnología en aquellas materias en las que andan más atrasados y no
hay visos de poder avanzar por medios propios (ejemplo de ello son
las farmaceúticas o las relacionadas con el las energías
alternativas, aunque con la incierta excepción de la fusión
nuclear, donde se jura y perjura que están a un paso de lograr tal hazaña), como representó la compra de la robótica Kuka.
La misma disparó las alarmas en la UE y USA de la
consideración de China como un rival estratégico y se comenzaron a
poner serios frenos a la adquisición de empresas tecnológicas o,
incluso, de productos particulares (presión de Trump para no vender
chips específicos de Qualcomm).
Estas alarmas, no obstante, han permitido un
relativamente fácil control de la adquisiciones chinas pues, habida
cuenta de la ausencia de un sector financiero lo bastante adaptado y
formado como para identificar las oportunidades de negocio que las
empresas de alta tecnología puedan ofrecer, estas operaciones deben
realizarse con el apoyo del Gobierno chino, y esto ha permitido
aplicarles la misma receta que han usado con las empresas
extranjeras: el proteccionismo.
No es ningún secreto que el libre comercio ofrece
ventajas a los participantes del mismo, permitiendo la competitividad
y, fruto de ella, la mejora de la productividad agregada. Sin
embargo, China, y tal y como ha denunciado Julián Pavón entre
otros, actúa en el mercado de forma más parecida a un parásito
(extrayendo recursos de los países que permiten el libre mercado de
forma inocente) que a una potencia comercial.
Ante ello era esperable que, en algún momento, los
países y bloques comerciales que sí permiten y fomentan el libre
comercio pusieran barreras al modelo chino y exigiesen que todos
jugasen con las mismas reglas. No fue hasta la llegada de la
Administración Trump que le han dado a China parte de su propia
medicina (aunque la UE ya había aprobado normativas que frenaban de
facto la compra de sus empresas con tecnología sensible, no tenían
estas un carácter sistémico) y un aviso claro del precio que están
dispuestos a pagar para evitar el continuo juego de suma cero del que
siempre estaba saliendo beneficiado China.
Al respecto, han sido ampliamente exageradas en los
medios más amarillistas las armas más obvias que tiene China para
intentar chantajear a USA: el uso de los conocidos como “metales
raros” y la importante deuda de USA que acumula China (un 17% de su
montante total). Y decimos exageradas porque las consecuencias de
frenar la venta de metales raros tendría un serio efecto sobre el
coste de los productos que las requieren (existen otros oferentes de
las mismas, pero es cierto que a precios más elevados que el chino),
pero pudiendo costar el veto de los productos que los requieren (como
los chips informáticos) e, incluso, el desplazamiento de las cadenas
de ensamblaje a otros países emergentes (India e Indonesia son los
primeros en la lista de tomar la decisión) que podría tener efectos
catastróficos para China por los motivos ya vistos.
La cuestión de la deuda es algo más espinosa por ser
la FED una agencia “independiente” (ya hemos visto cómo cedieron
a la bajada de tipos por la presión de Trump) y, de usar la
ortodoxia monetaria bien podría negarse a la compra de la misma, lo
que podría provocar un aumento importante del riesgo del bono
americano. Pese a ello, dos elementos nos llevan a creer que estamos
lejos de ver tal cosa: la primera es que la FED ha mostrado en la era
Bernanke que tienen la suficiente elasticidad como para adoptar medidas
heterodoxas que estabilicen la economía del país. Al respecto,
recordemos que el balance monetario se ha reducido y, según el
paradigma dominante de la Modern Monetary Theory, no habrían
inconvenientes en volver a ampliarlo para comprar su propia deuda. El
otro elemento es que, en momentos de incertidumbre, son los valores
refugio como el oro o los bonos de países como Alemania o USA a
donde primero se dirigen los inversionistas, y de cuya constancia ya
tuvimos evidencia por el limitado aumento de los bonos de ambos
países durante la Gran recesión.
¿Sería inteligente para China desprenderse de un arma
a tan bajo precio, pudiendo ser útil en un futuro no muy lejano? La
respuesta parece obvia.
Por último, no queríamos cerrar el artículo sobre las
dificultades que sufre China para adelantar a USA en su posición
dominante sin mencionar el importante problema demográfico que
sufren en sus dos vertientes: un notable envejecimiento de su
población fruto de acceder a unos niveles de rentas medias que
permiten mejorar su esperanza de vida y la baja natalidad que acucia
al país.
Pese a haber revocado la política del hijo único,
China parece enfrentar el dilema apuntado por Bauman en las
sociedades fruto de la “modernidad líquida”: la superación del
concepto de familia tradicional, fruto de una mayor individualización, conlleva un menor deseo de compromisos a largo plazo, como suelen ser
lo hijos.
Es cierto, no obstante, que este no es un problema
exclusivamente chino, aunque sí puede tener una dimensión especial
en su caso, y estamos a la espera de ver qué rumbo toman los
acontecimientos en este sentido.
Eduardo José Ramírez Allo.
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