Los socialistas
utópicos. (II)
Owen
y las primeras tentativas empíricas de aplicar el socialismo.
El siglo XIX ha pasado a la historia como el de la
implantación del capitalismo como forma de organizar los medios de
producción y sociales, así como de adaptar las estructuras
políticas, a la nueva realidad de avance de la época en el mundo
anglosajón.
Especialmente notables fueron los esfuerzos que, a
principios de siglo, se llevaron a cabo en Inglaterra, en la que, en
todo un ejercicio de realismo hicieron toda clase de esfuerzos para
permitir que la acumulación de capital en todas sus formas
(incluyendo el capital humano) permitiese llegar a una nueva etapa de
desarrollo en todos los ámbitos.
Cierto es que fue una época de grandes sacrificios que
han sido descritos con más o menos acierto por múltiples
dramaturgos y novelistas, pero esta sobreexigencia a el trabajador
llevó a el nacimiento de proyectos que pretendiesen ofrecer
soluciones a este problema, y el más notable de los mismos lo llevó
al efecto Robert Owen.
Robert Owen fue un empresario de éxito: tiempo después
de destacar en su labor empresarial se casa con la hija de un
importante industrial algodonero que sentirá unas grandes simpatías
por la inflexible moral de Owen. En lo que sería un ejemplo en el
que se fijaría en su futuro, su suegro ofrecía un trato impropio de
la época a los trabajadores, llegando a ser pionero en reducir la
jornada de trabajo de los niños a un máximo de 10 horas diarias.
Aunque resulte natural en nuestros días sentir rechazo
por el trabajo infantil, debemos entender que, como muy bien ha
apuntado Antonio Escohotado, su trabajo tenía innegables ventajas:
desde su formación en la propia fábrica desde la más tierna edad,
lo que garantiza una preparación específica propia de las
necesidades del capitalismo, hasta el evitar que el niño se quede
solo (no existían las escuelas públicas y ambos progenitores
tenían, por lo general, que trabajar al estar la economía en el
pleno empleo). Si todo esto no es suficiente para aplacar nuestra
moral, tengamos en cuenta que las labores que realizaban en los
mismos solían ser adaptadas a sus jóvenes capacidades, que en
muchos casos no tenían ningún valor añadido real.
Cuando Owen toma el mando de los negocios de su suegro
en New Lanark, revoluciona la manera de producir y la función social
de la fábrica: crea un sistema que, por colores, podía mostrar la
productividad del trabajador en tiempo real; crea la primera escuela
para los hijos de sus trabajadores, que no tendrían que trabajar
hasta los 10 años (su jornada lectiva, entre la que se incluía
instrucción militar, era de cinco horas y media al día); mejora las
condiciones de vivienda, salario, higiene en el puesto de trabajo...
Es decir, que opta por un sistema que muchos años más adelante se
mostraron efectivas a la hora de aumentar la productividad: la
valoración de la figura del trabajador como elemento nuclear de la
producción industrial.
¿Hizo esto Owen por “filantropía empresarial”?
Realmente, no: Owen tenía un proyecto claro sobre cómo debía
articularse la sociedad y pudo llevar a cabo un primer experimento
aquí, en New Lanark. Dicho proyecto consistía en aplicar un
socialismo altamente moralizado que dirigiera la vida de los hombres
desde la cuna hasta la muerte: Owen confiaba ciegamente en que la
naturaleza social del hombre hacía de él lo que este es y, por lo
tanto, se le podía moldear. Es por eso que Owen pone a la educación
en el centro de su proyecto, comenzando por la edad más temprana
hasta llegar, luego de 8 etapas, a la más madura.
Sí, Owen no solo entendía a la escuela como
institución educadora, sino a la familia y la comunidad en su
conjunto. Y entendía que dicha educación debía llevarse hasta el
final de nuestros días, no solo durante la infancia. Para ello,
considera necesario llevar un rígido sistema de organización que,
idealmente, exigiera una jornada laboral de solo dos horas y emplear
el resto del tiempo en el estudio, la vida en familia y en sociedad.
No es de extrañar que ese determinismo y control sobre
la vida de sus obreros fuera rechazado luego de un tiempo, pues a
cambio de avanzar en tal proyecto exigía un comportamiento de ellos
(como no beber alcohol, lo que era algo extremadamente popular en la
época) que no resultó popular y le llevaría a abandonar sus
negocios y comprar la colonia de Harmony.
No obstante, su éxito en New Lanark fue tan notable que
atrajo el interés de legisladores e intelectuales, que lo perdían
(salvo contadas excepciones) casi tan rápidamente como lo habían
adquirido. De ese modo, su intención de exportar su proyecto más
allá de su propia fábrica pronto fue rechazado, y lo máximo que
logra a nivel legislativo es la aprobación de una ley sobre el
trabajo infantil (en 1819) que estaba totalmente alejada de su plan
original.
Sin embargo, no fue solo el rechazo de legisladores o
las críticas de sus obreros los que le llevan a plantearse nuevos
horizontes, sino la convicción de que una comunidad socialista, sin
propiedad privada y autosuficiente (lo que haría innecesario el
comercio) no encontraba en la producción industrial la manera de
proveer los bienes necesarios para lograr sus fines, sino por la
agricultura y la ganadería. Es decir, pretendía subsumir en su
mayoría la producción industrial dentro de un sistema que se había
intentado superar por la dureza que dicha vida suponía (mientras que
la vida en el campo ha destacado siempre por su dureza, la industrial
fue especialmente dura en los momentos iniciales del capitalismo,
pero evolucionó rápido hacia sistemas más amables con el
trabajador. Como bien han cuestionado multitud de especialistas en
Historia econímica, ¿existe, acaso, mejor muestra de lo dura que
era la vida en el campo que la huída de los agricultores hacia las
ciudades industriales pese a la dura vida en la fábrica?), pero que
encontraba su razón de ser en las breves jornadas laborales y la
ausencia de una estructura vertical como la existente en las empresas
(aunque New Harmony -la comunidad en la que intentó aplicar su
proyecto- tuvo órganos de gobierno, estos deben entenderse en el
contexto de primus inter pares).
Sea como fuere, su proyecto de New Harmony fue un
completo fracaso del que, como veremos ahora, Owen no aprendió nada.
¿Cómo es posible que, en un sistema enteramente “racional”
-según el concepto de racionalidad orweniana- , se hayan podido dar
condiciones que lo hagan fracasar? A fin de cuentas, este proyecto no
solo tuvo a Owen como mecenas, sino a artistas e intelectuales que
mostraron su interés en el proyecto, y las condiciones de inicio no
fueron tan malas como para determinar el resultado...
La respuesta más satisfactoria la dieron sus hijos y
algunos de los componentes de la ciudad, opiniones que coinciden que
lo que la Economía nos enseña en nuestros días: la falta de
incentivos hacia la mejora en un universo cambiante y el premio igual
a emprendedores y vagos generan fuerzas destructivas que llevan a los
primeros a abandonar este tipo de proyectos.
¿Lógico? Pues Owen no aceptó esta obvia respuesta:
según su criterio, el proyecto fracasó porque los hombres no
llegaron a ser lo bastante racionales (¿no le resulta familiar esta
obstinación en mantener el criterio y doblar la apuesta ante la fe,
casi religiosa, en las propias ideas?) , y dicho proyecto solo
hubiera funcionado de haber confiado más en su potencial y se
hubieran sometido a la disciplina y el ambiente social que, como ya
hemos dicho, determina al hombre.
Esta nefasta teoría, que supone que el hombre es un ser
carente de voluntad propia y sin libre albedrío, llega hasta
nuestros días y encontramos una de sus más lamentables
manifestaciones en la formulación más influyente de las causas del
delito: dichas causas son sociales. Bajo esta idea, el delincuente no
es más que una víctima del sistema social que, ante su pobreza o
alienada condición social, encuentra en el delito una forma de
acción social acorde con el rol que le corresponde desempeñar.
No hace falta que hagamos mención de la evidencia
empírica de forma profusa: la caída en la tasa de los delitos
comunes (mucho más acusada que las caídas de las cifras de pobreza
absoluta y relativa) y, especialmente, el aumento exponencial de los
delitos “de guante blanco”, muestran que la ideologización de
dicho debate solo ha llevado a negar una realidad subyacente que
hacía imperativo un debate académico libre de atajos ante el
desafío intelectual que supone el delito en sí mismo.
Esta derivación continua de la propia responsabilidad
(idiosincrasia del socialismo) y la infantilización del hombre tiene
serias consecuencias al crear un sentimiento de continua deuda de la
sociedad con el individuo cuando, en realidad, la sociedad solo tiene
sentido como tal si aceptamos que cada miembro de la misma debe
aportar lo mejor de sí para hacer posible la convicencia cívica. Y
eso “mejor de sí” es el respeto por las libertades ajenas y el
respeto por sus proyectos siempre que no violen la libre voluntad de
los terceros.
Todo lo que pase de ahí, debe ser objeto de análisis
minucioso, pues cualquier violación del elemento central de la
naturaleza humana (la libertad) suele obedecer a algún oscuro
interés.
Eduardo José Ramírez Allo.
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