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¿Cómo ha llegado la izquierda a ser tan penosa como lo es en la actualidad? (VI)







   Los socialistas utópicos. (I)





   El fracaso de la Revolución francesa (acabó con el ascenso de Napoleón) marca un antes y un después en el pensamiento político en general y en los futuros pensadores de izquierda en particular. Intentar explicar por qué fracasó dicha Revolución, cuando estaba impulsada y fundamentada en sus ideas, se convirtió en una necesidad para poder justificar nuevas concepciones evolucionadas de la misma.
   No obstante, no existía esa misma necesidad entre aquellos que no sufrieron el Terror en su carnes por no ser de origen continental. De tal modo que de los tres autores considerados como socialistas utópicos (Saint-Simon, Fourier y Owen) se pueden observar desarrollos marcados por su propias experiencias vitales que se cuelan a hurtadillas en sus propias concepciones.

   No obstante, y antes de entrar en harina, quisiera hacer dos advertencias previas respecto a uno de los autores que será obviado aquí y a la acusación que de útopicos les hizo Marx: no estudiaremos a Fourier por haber sido el más desquiciado de los tres y el menos influyente, así como del que menos legado histórico (si es que queda algo de valor de él en pie) nos ha llegado hasta hoy; en lo referente a los otros dos, bien se puede discutir si eran realmente utópicos o si los utópicos ojos de Marx los hizo ver así. En efecto, no solo es Marx discípulo de Saint-Simon en muchos de sus postulados (como veremos a continuación, si tomó de Hegel la dialéctica como motor de la historia, la lucha de clases la tomó de Saint-Simon), sino que en el caso de Owen intentó aplicar gracias a su propia experiencia como empresario su concepción en experiencias prácticas. Es decir, se atrevió a dar el paso del experimento.
   La excepcionalidad de esto último se debe a que siguió una metodología cercana a lo que conocemos como ciencia hoy en día y, debido a esto, es más que discutible que la metodología marxiana fuera superior a la suya: más páginas escritas no quieren decir mejores.
   En cualquier caso, ya tendremos ocasión de profundizar en el pensamiento de Marx y reconocer tanto su méritos como, especialmente, sus deméritos.

   Saint-Simon.

   Saint-Simon fue un hombre de vida extraordinaria: luchó bajo el mando de Washington en el sitio de Yorktown, en la Revolución francesa con los girondinos dado su origen aristocrático (era conde), vivió en la opulencia tras amasar una enorme fortuna y en la pobreza tras ser estafado por su socio... Fue un hombre de mundo que consideraba un deber casi divino el aportar sus ideas y energías a aquellas empresas que consideraba justas, pese a que casi ninguna de las grandes personalidades detrás de esos eventos siguieron sus recomendaciones. Precisamente por ello, pensaba Saint-Simon, habían fracasado ciertas empresas, como la mencionada Revolución francesa.
   Pero para poder saber qué hacer es necesario saber previamente qué la provocó, y aquí Saint-Simon hace la primera de sus contribuciones magistrales (escribió otras tantas que fueron simples disparates) cuyo impacto ha llegado hasta la actualidad: la historia se mueve fruto del impulso que las nuevas tecnologías van implementando y originando cambios en las relaciones de poder y, con ello, de las relaciones y estructuras sociales. Es decir, fue Saint-Simon el primero en apuntar la importancia que los factores económicos tienen como motor de la historia, algo que, como habíamos visto en todos los pensadores anteriores,estaba absolutamente ausente.
   De este modo, la evolución tecnológica, por ejemplo, en las mejoras del armamento ha provocado el paso de la superación de las potencias especializadas en infantería (como fue la espartana) por otra que tenía por elemento desequilibrador una caballería penetrante (siendo Alejandro un excelente exponente). Posteriormente se volvería a necesitar de una nueva infantería extraordinariamente organizada en Roma, etc. Cada una de ellas tuvo una estructura diferencial marcada por las necesidades de más o menos participación de las milicias, de las técnicas de combate y de la tecnología empleada.
   Sin embargo, cuando Saint-Simon habla de tecnología lo hace mucho más allá del factor militar porque está en su intención explicar el fundamento último del gobierno y las necesidades que este tiene. Al respecto, sostiene este autor que al ser la inmensa mayoría de las personas simples estúpidos movidos por la emoción necesitan de élites que estén dispuestos a guiarlos a través de una moral bien diferenciada de los primeros, siendo más racionales y realistas.
   Precisamente esta moral diferenciada es la que le lleva a rechazar cualquier cosa que suene a libertad y derechos humanos, uno con un buen fundamento y otro más discutible: apunta Saint-Simon que los derechos naturales son una ficción creada por los juristas para justificar la acción contra las monarquías absolutas y servir al poder burgués.       Esto está bien documentado (recuerde que Robespierre era jurista y hacía una apasionada defensa de los derechos que consideramos hoy en día como naturales) y parece tener mucho sentido, pues como bien apuntó Hannah Arendt los derechos son simples ilusiones de no existir un poder dispuesto a defenderlos en la práctica a cualquier precio (desgraciadamente, el discurso teórico dominante de la actualidad se ha olvidado interesadamente de la realidad del Holocausto judío y como ningún derecho tomó un fusil para defender a los judíos: tuvieron que ser los ejércitos los que frenaran (como resultado de su victoria) la continuación de tal matanza y, por lo tanto, solo bajo la acción de los hombres los derechos de cualquier tipo pasan a tener un carácter efectivo. Hoy en día, no obstante, estos “derechos humanos” son una especie de arma arrojadiza en manos de aquellos que se sienten oprimidos por el lenguaje “heteropatriarcal” o por el hecho de que sus finas identidades se vean heridas por el rechazo que, de forma más o menos justificada, muchas personas expresan de las mismas.
   Mucho más discutible es su negativa a reconocer la libertad como fin último de la realización personal: si el pueblo es imbécil, ¿cómo vamos a permitir su autogobierno? Saint-Simon es, como se desprende de esto, un antidemócrata que se acerca a Rousseau en este punto (más adelante veremos que no solo en este), pero se aleja rápidamente a la hora de considerar cuáles deberían ser esas élites que deberían regir sobre el pueblo. Estos deben ser los industriales, banqueros, científicos y cualquiera que esté en contacto con la fuerza de la historia que, como hemos visto, es la tecnología.
   De este modo, si la Revolución fracasó fue por mantener unas estructuras políticas que no podían soportar la pujanza de la nueva clase que actuaba como motor histórico (hay que reconocer que el hecho de convocar por Luís XVI a los Estados Generales por la quiebra del fisco puso en evidencia que el verdadero poder ya no lo tenía él, pues era un Rey arruinado frente a una nueva clase pudiente a la que solo le quedaba atreverse a tomar el poder que, de facto, ya se le había escapado de las manos al monarca) y por, una vez empezada, dejar en manos de juristas el desarrollo de la misma en lugar de aquellos que podían dar cuenta de los límites del desarrollo real. Siendo esto así, hablar de concepciones jurídicas como libertad o derechos cuando las relaciones posibles de desarrollo no entienden de las mismas (la iniciativa empresarial) es una simple estupidez.
   Por muy sorprendente que le pueda parecer, Saint-Simon tuvo en este sentido muchos puntos en común con los anarcocapitalistas: consideraba que el Estado estaba viviendo sus últimos momentos fruto de la obsolescencia que veía en sus instituciones. Y hay que reconocer que Saint-Simon apunta algo como denuncia que resulta mucho más honesto que la posición ancap al afirmar que los derechos deben existir solo en cuanto sean fruto de la voluntad de las élites. Esto no ha sido nunca mencionado y aceptado siquiera por los anarquistas más puros pues, desde que se reconozca que con la muerte del Estado verá la luz un nuevo sistema en el que no se conocen los alcances de los derechos y libertades efectivos, y aún menos de los elementos que los garanticen, sus adeptos podrían salir corriendo.

   Pese a ello, Saint-Simon confiaba en que los abusos de las élites podrían servir de acicate a las clases más desfavorecidas para que, en un alarde de ingenio, obtuvieran nuevas tecnologías y derrocaran a la anterior haciendo avanzar a la historia...
   Debo hacer una breve parada aquí para apuntar la tremenda contradicción en la que se ha metido solo el autor: si las élites son inteligentes y los gobernados tan idiotas como para no poder autogobernarse, ¿de dónde van a sacar el ingenio para derrocar a los primeros con el desarrollo de nuevas tecnologías? ¿Acaso alguien en sus cabales puede creer que un verdadero tonto puede competir en ingenio con un Newton o un Einstein? Obviamente, Saint-Simon ha caído en una trampa del intelecto humano que sería descrita por Bergson y es analizar los hechos por medio de hacer un “corte” en la historia, paralizando su dinámica, y obviando los fotogramas anteriores y posteriores. Estudiar la realidad social como si fuera una foto fija es un tremendo error que puede llevar a pensar que si nos rodeamos de personas torpes (solo por poner un ejemplo) en un momento de nuestra vida, todos serán torpes y nosotros hábiles, pero ninguna de las dos es cierta, pues estamos ante un error inductivo imperdonable y de consecuencias catastróficas.
   Este tremendo error viciará todo su diagnóstico y da cuenta de por qué su crítica a la libertad individual es particularmente desacertada.

   Saint-Simon, convencido hasta el tuétano de ser un nuevo Mesías de la nueva era, tendrá el arrojo de darnos las cuatro reglas inexcusables del progreso, y que son las siguientes:
  1. Ofrecer los máximos medios para la satisfacción del mayor número de necesidades de los miembros de la comunidad (estamos ante una simple formulación utilitarista fruto de su economicismo) que no son necesariamente materiales, sino de cualquier tipo que consideren como necesidad.
  2. Si se permite al progreso desplegar sus alas, los mejores llegarán a convertirse en élites (nuevamente hay que cuestionar algo aquí, pues ha entrado en un razonamiento circular al considerar que el progreso traerá a los mejores y los mejores el progreso).
  3. Debe existir una máxima unidad con el propósito de aupar a estas nuevas élites al poder.
  4. Incentivar la invención y la civilización, lo que exige que existan hombres ociosos que puedan disfrutar de todo tiempo y libertad para tales tareas, por lo que sería buenos a sus ojos el uso de esclavos que garantizasen ese ocio (seguro que usted, querido lector, encuentre familiaridades entre este pensamiento y el de otras ideologías que alaban la institución de la esclavitud como una forma de garantizar mano de obra y estabilidad en la producción).

   Si estas son las leyes del progreso deben estar presentes en las élites descritas, y de las mismas han sido los banqueros los más cuestionados. ¿Por qué defiende Saint-Simon a los banqueros? Pese a que hoy en día el argumento que él usa nos pueda parecer discutible, él defiende que las dos grandes instituciones que frenaron el despilfarro en su día fueron la Iglesia y la banca, pues ambos actuaron con intención de universalidad y de frenar el derroche y el despilfarro, que son los grandes pecados para Saint-Simon.
   Así que no teme el poder que las finanzas internacionales pudieran llegar a tener, ni su capacidad potencial de disciplinar al poder político. Al revés, cree que solo por medio de la acumulación racional de capital pueden darse las condiciones necesarias para financiar aquellos proyectos que permitan avanzar a la humanidad, y solo por medio de la banca es esto posible.
   Si todo esto le recuerda demasiado a las posiciones defendidas por muchos liberales, no menos lo hará su concepción negativa de la dominación del hombre por el hombre. Esta explotación supone una pérdida de energía para el que somete y el que intenta liberarse (de ser así, estaría cayendo en una nueva contradicción a la hora de defender la esclavitud salvo, claro está, que se refiera a una esclavitud voluntaria, cosa harto improbable dados los caracteres propios de la institución en sus días). De hecho, dentro de su utópica descripción de la sociedad, las élites no actúan como tiranos de forma gratuita sobre el resto de seres humanos: tienen la obligación de educar a los demás para que ocupen el rol social que les corresponde.
   ¿No es esta una reformulación de la idea de Rousseau con algunos distintos matices? Es obvio que Saint-Simon parece recorrer un camino similar al de este último: ambos se muestran abiertamente hostiles contra aquellos que oprimen a los hombres, e incluso terminan coincidiendo en la idea de la existencia de un direccionismo social que aniquila cualquier concepción de individualidad. Pero se diferenciaron sustancialmente en la desigual visión de la libertad: mientras el ginebrino, fiel a su defensa absoluta del término, se ve obligado a hacer juegos malabares a nivel intelectual para hacer creer que la mejor forma de ser libre es permitiendo que se aplasten las libertades, Saint-Simon se muestra hostil (como hemos visto) a la propia idea de libertad por ser una ficción, pero no solo por esto: él considera que la libertad tiene una concepción negativa pues supone que debe existir quien oprime, y en su ideal progresista nadie oprimiría, pues se viviría en un mundo de creación y no de opresión. Por este mismo motivo rechaza la concepción del laissez-faire (pese a haber llegado a admirar sinceramente a Adam Smith) pues esta llevaría al caos y al descontrol. Tal vez este celo desmedido por encontrar excusas para aplastar cualquier noción de libertad le llevó en el último estadio de su pensamiento a intentar plagiar en su esencia a las religiones, creando lo que él llamó un “ Nuevo cristianismo”.     Y es que, según fue madurando su pensamiento, tomó conciencia de algo que ya con Durkheim toma carácter de ciencia, y es el observar que las sociedades se mantienen unidas por medios diferentes que aquellos que las hacen avanzar: la tecnología la hace avanzar, pero es la religión la que impide que se desintegre.
   Pero claro, en un mundo donde reine la ciencia no hay mucho espacio para la fe, y por eso desea sustituir al Dios de los cristianos y sustituirlo por... por sí mismo. De hecho, y haciendo una clara alusión al texto bíblico en el que se indica que los hombres estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, los saint-simonianos (que fueron una secta al más puro estilo actual: con sus túnicas y ritos propios) llegaron a escribir haciendo referencia a su maestro que “ sois un aspecto de mí, y yo soy un aspecto de vos”.

   Como cierre de este largo artículo quisiera apuntar muy brevemente las principales contribuciones del pensamiento de Saint-Simon a la izquierda futura: la intención de aplicar preceptos legitimadores a nivel social equivalentes a los perfilados por las religiones, pero expulsando a la Deidad de su lugar central; la idea de poder coordinar, cuando la ciencia llegue a un nivel suficiente de desarrollo, a toda la sociedad y que, de esta manera, se llegará a una sociedad de equilibrios, pacífica y próspera; el desplazamiento de la libertad como valor a defender en favor de los construccionismos sociales. No en vano, muchos ilustres pensadores de izquierda se consideran a sí mismos “ingenieros sociales”; fue el primero en considerar las clases sociales y, por último, tenemos la ausencia de un pensamiento honesto que dibuje, de forma previa, los límites de lo aceptable y actúen como variables de control a la hora de poner en evidencia las contradicciones en las que podría incurrir.



   Eduardo José Ramírez Allo.



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