El
fracaso de la Revolución francesa (acabó con el ascenso de
Napoleón) marca un antes y un después en el pensamiento político
en general y en los futuros pensadores de izquierda en particular.
Intentar explicar por qué fracasó dicha Revolución, cuando
estaba impulsada y fundamentada en sus ideas, se convirtió en una
necesidad para poder justificar nuevas concepciones evolucionadas de
la misma.
No
obstante, no existía esa misma necesidad entre aquellos que no
sufrieron el Terror en su carnes por no ser de origen continental.
De tal modo que de los tres autores considerados como socialistas
utópicos (Saint-Simon, Fourier y Owen) se pueden observar
desarrollos marcados por su propias experiencias vitales que se
cuelan a hurtadillas en sus propias concepciones.
No
obstante, y antes de entrar en harina, quisiera hacer dos
advertencias previas respecto a uno de los autores que será obviado
aquí y a la acusación que de útopicos les hizo Marx: no
estudiaremos a Fourier por haber sido el más desquiciado de los tres
y el menos influyente, así como del que menos legado histórico (si
es que queda algo de valor de él en pie) nos ha llegado hasta hoy;
en lo referente a los otros dos, bien se puede discutir si eran
realmente utópicos o si los utópicos ojos de Marx los hizo ver así.
En efecto, no solo es Marx discípulo de Saint-Simon en muchos de sus
postulados (como veremos a continuación, si tomó de Hegel la
dialéctica como motor de la historia, la lucha de clases la tomó de
Saint-Simon), sino que en el caso de Owen intentó aplicar gracias a
su propia experiencia como empresario su concepción en experiencias
prácticas. Es decir, se atrevió a dar el paso del experimento.
La
excepcionalidad de esto último se debe a que siguió una metodología
cercana a lo que conocemos como ciencia hoy en día y, debido a esto,
es más que discutible que la metodología marxiana fuera superior a
la suya: más páginas escritas no quieren decir mejores.
En
cualquier caso, ya tendremos ocasión de profundizar en el
pensamiento de Marx y reconocer tanto su méritos como,
especialmente, sus deméritos.
Saint-Simon.
Saint-Simon
fue un hombre de vida extraordinaria: luchó bajo el mando de
Washington en el sitio de Yorktown, en la Revolución francesa con
los girondinos dado su origen aristocrático (era conde), vivió en
la opulencia tras amasar una enorme fortuna y en la pobreza tras ser
estafado por su socio... Fue un hombre de mundo que consideraba un
deber casi divino el aportar sus ideas y energías a aquellas
empresas que consideraba justas, pese a que casi ninguna de las
grandes personalidades detrás de esos eventos siguieron sus
recomendaciones. Precisamente por ello, pensaba Saint-Simon, habían
fracasado ciertas empresas, como la mencionada Revolución francesa.
Pero
para poder saber qué hacer es necesario saber previamente qué la
provocó, y aquí Saint-Simon hace la primera de sus contribuciones
magistrales (escribió otras tantas que fueron simples disparates)
cuyo impacto ha llegado hasta la actualidad: la historia se mueve
fruto del impulso que las nuevas tecnologías van implementando y
originando cambios en las relaciones de poder y, con ello, de las
relaciones y estructuras sociales. Es decir, fue Saint-Simon el
primero en apuntar la importancia que los factores económicos tienen
como motor de la historia, algo que, como habíamos visto en todos
los pensadores anteriores,estaba absolutamente ausente.
De
este modo, la evolución tecnológica, por ejemplo, en las mejoras
del armamento ha provocado el paso de la superación de las potencias
especializadas en infantería (como fue la espartana) por otra que
tenía por elemento desequilibrador una caballería penetrante
(siendo Alejandro un excelente exponente). Posteriormente se volvería
a necesitar de una nueva infantería extraordinariamente organizada
en Roma, etc. Cada una de ellas tuvo una estructura diferencial
marcada por las necesidades de más o menos participación de las
milicias, de las técnicas de combate y de la tecnología empleada.
Sin
embargo, cuando Saint-Simon habla de tecnología lo hace mucho más
allá del factor militar porque está en su intención explicar el
fundamento último del gobierno y las necesidades que este tiene. Al
respecto, sostiene este autor que al ser la inmensa mayoría de las
personas simples estúpidos movidos por la emoción necesitan de
élites que estén dispuestos a guiarlos a través de una moral bien
diferenciada de los primeros, siendo más racionales y realistas.
Precisamente
esta moral diferenciada es la que le lleva a rechazar cualquier cosa
que suene a libertad y derechos humanos, uno con un buen fundamento y
otro más discutible: apunta Saint-Simon que los derechos naturales
son una ficción creada por los juristas para justificar la acción
contra las monarquías absolutas y servir al poder burgués. Esto
está bien documentado (recuerde que Robespierre era jurista y hacía
una apasionada defensa de los derechos que consideramos hoy en día
como naturales) y parece tener mucho sentido, pues como bien apuntó
Hannah Arendt los derechos son simples ilusiones de no existir un
poder dispuesto a defenderlos en la práctica a cualquier precio
(desgraciadamente, el discurso teórico dominante de la actualidad se
ha olvidado interesadamente de la realidad del Holocausto judío y
como ningún derecho tomó un fusil para defender a los judíos:
tuvieron que ser los ejércitos los que frenaran (como resultado de
su victoria) la continuación de tal matanza y, por lo tanto, solo
bajo la acción de los hombres los derechos de cualquier tipo pasan a
tener un carácter efectivo. Hoy en día, no obstante, estos
“derechos humanos” son una especie de arma arrojadiza en manos de
aquellos que se sienten oprimidos por el lenguaje “heteropatriarcal”
o por el hecho de que sus finas identidades se vean heridas por el
rechazo que, de forma más o menos justificada, muchas personas
expresan de las mismas.
Mucho
más discutible es su negativa a reconocer la libertad como fin
último de la realización personal: si el pueblo es imbécil, ¿cómo
vamos a permitir su autogobierno? Saint-Simon es, como se desprende
de esto, un antidemócrata que se acerca a Rousseau en este punto
(más adelante veremos que no solo en este), pero se aleja
rápidamente a la hora de considerar cuáles deberían ser esas
élites que deberían regir sobre el pueblo. Estos deben ser los
industriales, banqueros, científicos y cualquiera que esté en
contacto con la fuerza de la historia que, como hemos visto, es la
tecnología.
De
este modo, si la Revolución fracasó fue por mantener unas
estructuras políticas que no podían soportar la pujanza de la nueva
clase que actuaba como motor histórico (hay que reconocer que el
hecho de convocar por Luís XVI a los Estados Generales por la
quiebra del fisco puso en evidencia que el verdadero poder ya no lo
tenía él, pues era un Rey arruinado frente a una nueva clase
pudiente a la que solo le quedaba atreverse a tomar el poder que, de
facto, ya se le había escapado de las manos al monarca) y por, una
vez empezada, dejar en manos de juristas el desarrollo de la misma en
lugar de aquellos que podían dar cuenta de los límites del
desarrollo real. Siendo esto así, hablar de concepciones jurídicas
como libertad o derechos cuando las relaciones posibles de desarrollo
no entienden de las mismas (la iniciativa empresarial) es una simple
estupidez.
Por
muy sorprendente que le pueda parecer, Saint-Simon tuvo en este
sentido muchos puntos en común con los anarcocapitalistas:
consideraba que el Estado estaba viviendo sus últimos momentos fruto
de la obsolescencia que veía en sus instituciones. Y hay que
reconocer que Saint-Simon apunta algo como denuncia que resulta mucho
más honesto que la posición ancap al afirmar que los derechos deben
existir solo en cuanto sean fruto de la voluntad de las élites. Esto
no ha sido nunca mencionado y aceptado siquiera por los anarquistas
más puros pues, desde que se reconozca que con la muerte del Estado
verá la luz un nuevo sistema en el que no se conocen los alcances de
los derechos y libertades efectivos, y aún menos de los elementos
que los garanticen, sus adeptos podrían salir corriendo.
Pese
a ello, Saint-Simon confiaba en que los abusos de las élites podrían
servir de acicate a las clases más desfavorecidas para que, en un
alarde de ingenio, obtuvieran nuevas tecnologías y derrocaran a la
anterior haciendo avanzar a la historia...
Debo
hacer una breve parada aquí para apuntar la tremenda contradicción
en la que se ha metido solo el autor: si las élites son inteligentes
y los gobernados tan idiotas como para no poder autogobernarse, ¿de
dónde van a sacar el ingenio para derrocar a los primeros con el
desarrollo de nuevas tecnologías? ¿Acaso alguien en sus cabales
puede creer que un verdadero tonto puede competir en ingenio con un
Newton o un Einstein? Obviamente, Saint-Simon ha caído en una trampa
del intelecto humano que sería descrita por Bergson y es analizar
los hechos por medio de hacer un “corte” en la historia,
paralizando su dinámica, y obviando los fotogramas anteriores y
posteriores. Estudiar la realidad social como si fuera una foto fija
es un tremendo error que puede llevar a pensar que si nos rodeamos de
personas torpes (solo por poner un ejemplo) en un momento de nuestra
vida, todos serán torpes y nosotros hábiles, pero ninguna de las
dos es cierta, pues estamos ante un error inductivo imperdonable y de
consecuencias catastróficas.
Este
tremendo error viciará todo su diagnóstico y da cuenta de por qué
su crítica a la libertad individual es particularmente desacertada.
Saint-Simon,
convencido hasta el tuétano de ser un nuevo Mesías de la nueva era,
tendrá el arrojo de darnos las cuatro reglas inexcusables del
progreso, y que son las siguientes:
- Ofrecer los máximos medios para la satisfacción del mayor número de necesidades de los miembros de la comunidad (estamos ante una simple formulación utilitarista fruto de su economicismo) que no son necesariamente materiales, sino de cualquier tipo que consideren como necesidad.
- Si se permite al progreso desplegar sus alas, los mejores llegarán a convertirse en élites (nuevamente hay que cuestionar algo aquí, pues ha entrado en un razonamiento circular al considerar que el progreso traerá a los mejores y los mejores el progreso).
- Debe existir una máxima unidad con el propósito de aupar a estas nuevas élites al poder.
- Incentivar la invención y la civilización, lo que exige que existan hombres ociosos que puedan disfrutar de todo tiempo y libertad para tales tareas, por lo que sería buenos a sus ojos el uso de esclavos que garantizasen ese ocio (seguro que usted, querido lector, encuentre familiaridades entre este pensamiento y el de otras ideologías que alaban la institución de la esclavitud como una forma de garantizar mano de obra y estabilidad en la producción).
Si
estas son las leyes del progreso deben estar presentes en las élites
descritas, y de las mismas han sido los banqueros los más
cuestionados. ¿Por qué defiende Saint-Simon a los banqueros? Pese a
que hoy en día el argumento que él usa nos pueda parecer
discutible, él defiende que las dos grandes instituciones que
frenaron el despilfarro en su día fueron la Iglesia y la banca,
pues ambos actuaron con intención de universalidad y de frenar el
derroche y el despilfarro, que son los grandes pecados para
Saint-Simon.
Así
que no teme el poder que las finanzas internacionales pudieran llegar
a tener, ni su capacidad potencial de disciplinar al poder político.
Al revés, cree que solo por medio de la acumulación racional de
capital pueden darse las condiciones necesarias para financiar
aquellos proyectos que permitan avanzar a la humanidad, y solo por
medio de la banca es esto posible.
Si
todo esto le recuerda demasiado a las posiciones defendidas por
muchos liberales, no menos lo hará su concepción negativa de la
dominación del hombre por el hombre. Esta explotación supone una
pérdida de energía para el que somete y el que intenta liberarse
(de ser así, estaría cayendo en una nueva contradicción a la hora
de defender la esclavitud salvo, claro está, que se refiera a una
esclavitud voluntaria, cosa harto improbable dados los caracteres
propios de la institución en sus días). De hecho, dentro de su
utópica descripción de la sociedad, las élites no actúan como
tiranos de forma gratuita sobre el resto de seres humanos: tienen la
obligación de educar a los demás para que ocupen el rol social que
les corresponde.
¿No
es esta una reformulación de la idea de Rousseau con algunos
distintos matices? Es obvio que Saint-Simon parece recorrer un camino
similar al de este último: ambos se muestran abiertamente hostiles
contra aquellos que oprimen a los hombres, e incluso terminan
coincidiendo en la idea de la existencia de un direccionismo social
que aniquila cualquier concepción de individualidad. Pero se
diferenciaron sustancialmente en la desigual visión de la libertad:
mientras el ginebrino, fiel a su defensa absoluta del término, se ve
obligado a hacer juegos malabares a nivel intelectual para hacer
creer que la mejor forma de ser libre es permitiendo que se aplasten
las libertades, Saint-Simon se muestra hostil (como hemos visto) a la
propia idea de libertad por ser una ficción, pero no solo por esto:
él considera que la libertad tiene una concepción negativa pues
supone que debe existir quien oprime, y en su ideal progresista nadie
oprimiría, pues se viviría en un mundo de creación y no de
opresión. Por este mismo motivo rechaza la concepción del
laissez-faire (pese a haber llegado a admirar sinceramente a Adam
Smith) pues esta llevaría al caos y al descontrol. Tal vez este celo
desmedido por encontrar excusas para aplastar cualquier noción de
libertad le llevó en el último estadio de su pensamiento a
intentar plagiar en su esencia a las religiones, creando lo que él
llamó un “ Nuevo cristianismo”. Y es que, según fue madurando
su pensamiento, tomó conciencia de algo que ya con Durkheim toma
carácter de ciencia, y es el observar que las sociedades se
mantienen unidas por medios diferentes que aquellos que las hacen
avanzar: la tecnología la hace avanzar, pero es la religión la que
impide que se desintegre.
Pero
claro, en un mundo donde reine la ciencia no hay mucho espacio para
la fe, y por eso desea sustituir al Dios de los cristianos y
sustituirlo por... por sí mismo. De hecho, y haciendo una clara
alusión al texto bíblico en el que se indica que los hombres
estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, los saint-simonianos
(que fueron una secta al más puro estilo actual: con sus túnicas y
ritos propios) llegaron a escribir haciendo referencia a su maestro
que “ sois un aspecto de mí, y yo soy un aspecto de vos”.
Como
cierre de este largo artículo quisiera apuntar muy brevemente las
principales contribuciones del pensamiento de Saint-Simon a la
izquierda futura: la intención de aplicar preceptos legitimadores a
nivel social equivalentes a los perfilados por las religiones, pero
expulsando a la Deidad de su lugar central; la idea de poder
coordinar, cuando la ciencia llegue a un nivel suficiente de
desarrollo, a toda la sociedad y que, de esta manera, se llegará a
una sociedad de equilibrios, pacífica y próspera; el desplazamiento
de la libertad como valor a defender en favor de los
construccionismos sociales. No en vano, muchos ilustres pensadores de
izquierda se consideran a sí mismos “ingenieros sociales”; fue
el primero en considerar las clases sociales y, por último, tenemos
la ausencia de un pensamiento honesto que dibuje, de forma previa,
los límites de lo aceptable y actúen como variables de control a la
hora de poner en evidencia las contradicciones en las que podría
incurrir.
Eduardo José Ramírez Allo.
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