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¿ Cómo ha llegado la izquierda a ser tan penosa como lo es en la actualidad? (V)







     En el anterior artículo pudimos observar que los ideales básicos de la izquierda europea nacen del ala más radical de los Jacobinos que, una vez obtienen los revolucionarios más cercanos a la burguesía el poder, pasan a ser considerados los nuevos enemigos de las clases más depauperadas.
     De otra parte, vimos que en las colonias de América
el levantamiento contra la Corona, pese a ser anterior en el tiempo a la Revolución francesa, no sigue su mismo esquema: no nace una izquierda radicalizada ni entran en una dinámica golpista que hace temblar el orden social.
     No han sido pocos los especialistas que consideran que el punto de partida de ambas revoluciones es el elemento fundamental que las diferencia a ambas, y que explica por qué en Europa nace una izquierda combatiente y en las colonias no. Y en gran medida tienen razón, pero no lo es menos que mientras que en Francia estaban imbuidos del espíritu de revancha que suelen tener aquellos que sufren abusos, en las colonias ( y, una vez constituidos, en los Estados Unidos de América) los Padres Fundadores sientan las bases de su sistema político especialmente preocupados de limitar el poder de las instituciones políticas y de la sociedad civil, intentando que nadie pueda ejercer una posición de poder que pueda llegar a acaparar demasiado poder.
     Es decir, mientras en los Estados Unidos se avanzaba en el debate y consolidación de la democracia representativa, en Francia estaban inmersos en una espiral de violencia (interna y externa, haciendo la guerra contra las potencias invasoras) que impide hacer viable cualquier proyecto político interno. Y, como suele suceder, en tiempos de dificultades y ante la falta de popularidad del proyecto político de aquellos que gobiernan, se deja mucho espacio para los proyectos irresponsables. Dicho de otro modo, se daban todos los elementos básicos que permitirían emerger un proyecto de izquierdas primitivo.
     Uno de estos elementos básicos van a estar presente en toda la izquierda hasta Marx, e incluso después de él: la total ausencia de crítica sobre cómo llevar a cabo sus metas convierte a sus pensadores en meros exaltadores de las masas. Uno de los más notables, por sentar las bases del comunismo, fue Babeuf.





                                 Babeuf.


     Babeuf toma el testigo de las denuncias de los enragés y las articula y les da una coherencia superficial: se preocupa de forma singular sobre cómo llegar a las mayores cuotas de igualdad, incluso si para ello debe violar el más mínimo atisbo de libertad o de concepción racional de la justicia política.
     Continuando con la denuncia contra los juristas (y las constituciones) de la dañina concepción de la igualdad formal ( igualdad ante la ley), Babeuf sostiene la misma posición que el autor del Manifiesto de los Iguales: solo se puede llegar a ser igual imponiendo a la fuerza, si es necesario, un régimen que confisque toda la producción de bienes que, posteriormente, distribuirá entre los ciudadanos. Es imperativo hacer lo que sea necesario, y los fines justifican los medios, por muy radicales que estos sean. En palabras de Marèchal...

     “Desde tiempo inmemorial se nos repite de manera hipócrita que los hombres son iguales y desde tiempo inmemorial la más degradante y monstruosa desigualdad pesa insolentemente sobre el género humano […] pero no ha podido realizarse ni una sola vez: la igualdad no ha sido más que una bella y estéril ficción de la ley”.

     Y denunciada la falacia de la igualdad formal, continúa...

     “ Somos todos iguales, ¿no es eso? Nadie niega ese principio porque, salvo si padeciese locura, no podría decirse en serio que es de noche cuando es de día.
     Pues bien, a partir de ahora pretendemos vivir y morir iguales,como hemos nacido: queremos igualdad real o la muerte.
     Y tendremos igualdad real, no importa a qué precio. ¡Maldito sea quien se oponga a ese deseo expreso!

     Pocas dudas dejan estos potentes párrafos sobre su determinación de llevar a cabo su ideal
     Bajo esta concepción, no serían tolerados los vagos y todos serían obligados a trabajar y a entregar el fruto de sus trabajos. Como es fácilmente entendible, esta tarea solo puede ser llevada a cabo por un gobierno dictatorial que persiga cualquier forma de desigualdad. Esto incluye aspectos tan básicos como la distribución equitativa de la tierra o la persecución del lujo y todo elemento de diferencia, con las únicas excepciones de la edad y el sexo. Y es que, para Babeuf, las singularidades privadas o las diferencias grupales son detestables, y por ello no desea aplicar su proyecto a cualquier tipo de sociedad: solo aquellas extremadamente simples, basadas en tareas básicas como la agricultura y hacer la guerra (básica en el sentido de que no es concebible que una comunidad sobreviva sin dedicarse a las mismas) estarían listas para convertirse en comunistas, y desplazando (para evitar que se haga énfasis en las diferencias individuales) a todo tipo de intelectuales y hombres capaces al ostracismo.
     Independientemente de su deseo, esta clase de proyectos han demostrado ser viables en sociedades cerradas y en pequeños lapsos de tiempo. Menos viable era en una sociedad fuertemente influenciada por las ideas de los ilustrados: desde el compilador de la primera enciclopedia, Diderot, al mordaz Voltaire, sus ideas habían calado a su sociedad y los vientos de cambio y de escepticismo ante los imperativos políticos fuertes hacían (y siguen haciendo hoy en día en cualquier sociedad medianamente civilizada) muy poco viable que su idea tuviera un apoyo masivo.

     Pero, ¿cómo es posible que proponga medidas tan radicales? ¿ No existe alguna otra forma menos dramática de llegar a una sociedad más igualitaria? Babeuf no deja lugar a dudas: no. Hemos llegado a este punto porque, como ha sucedido en toda la historia, la desigualdad existe porque los ricos someten a los pobres a través de la necesidad de estos últimos. De una forma clara escribe que “ es una guerra declarada entre patricios y plebeyos”, y considera que su avance hacia la utopía ( distopía, mas bien) es inevitable: la Revolución francesa no es más que un paso intermedio hacia la verdadera revolución, que supondrá el fin de las desigualdades de las que ya hemos hablado.
     Ante esta convicción, Babeuf no teme morir como mártir en defensa de sus ideas, y confía en que el babuvismo, su doctrina, sobreviva a su muerte por ejecución, que tuvo lugar en 1797.

     El paso del tiempo ha permitido juzgar de forma taimada el pensamiento de Babeuf y la importancia que ha tenido en la izquierda de las futuras generaciones. De una parte, podemos ver que se sigue negando el valor primordial que tiene la economía a la hora de poner freno a las ideologías políticas: una cosa es pensar y otra es soñar (al ser la economía la ciencia que se pregunta por la escasez, no es la más adecuada para los que desean promover proyectos imposibles, pues obliga a considerar la idoneidad entre medios y fines). Pero es que, además, lo hace aceptando la irresponsabilidad que es dirigir a las masas en tal dirección, pues la frustración que supone el no ver cumplidas las metas “inevitables” (ya hemos visto que no fue Marx, sino Babeuf el primero que dibuja la inevitabilidad del comunismo por el devenir histórico) les hace radicalizarse más, y considerar que si la violencia ejercida no ha sido suficiente para llegar a la misma es porque no ha sido la necesaria. Dicho más claramente, solo con más sangre llegaremos a la utopía.
     Por último, podemos observar que el motor de la historia es , para Babeuf, la lucha de ricos contra pobres. ¿ Es esta una formulación básica de la lucha de clases marxiana? Es difícil negar la identidad de razón entre ambas, y aunque las categorías contrapuestas puedan resultar excesivamente simples por lo indefinido de sus términos (¿ los ricos son los que disfrutan de grandes inmovilizados? ¿ Los que tienen grandes rentas del trabajo? ), lo cierto es que Babeuf sienta las bases que todo el comunismo posterior, incluso el de Marx, seguirá.
     En suma, nos encontramos ante la primera formulación significativa del comunismo económico y político ( es un argumento común el considerar que la primera experiencia de la misma se produjo entre los apóstoles cristianos, pero esta no tenía una intención más lejana que facilitar el avance en la predicación del mensaje del Cristo, sin más pretensión de universalidad. Al respecto, le recordamos que en el primer artículo de esta serie tratamos extensamente este error de concepto) y de la primera justificación del por qué. Al respecto, es importante dejar claro que no estaba en el ánimo de Babeuf poner en el centro de su proyecto político a la justicia. La justicia queda en un segundo plano en el mejor de los casos, y eso le impedía considerar que la desigualdad puede ser buena si de la misma se generan los incentivos necesarios para que la sociedad en su conjunto pueda mejorar su situación.
     Este olvido interesado de lo que pueda ser objetivamente lo mejor para la sociedad en favor de satisfacer una intuición del pensador es algo que ha estado tan presente en toda la izquierda hasta la actualidad que tuvo que ser un liberal quien llenase este vacío intelectual. Pero ese será el objetivo de un nuevo artículo en el futuro.


     El guardián de la sabiduría.

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