En
el anterior artículo pudimos observar que los ideales básicos de la
izquierda europea nacen del ala más radical de los Jacobinos que,
una vez obtienen los revolucionarios más cercanos a la burguesía el
poder, pasan a ser considerados los nuevos enemigos de las clases más
depauperadas.
De
otra parte, vimos que en las colonias de América
el levantamiento
contra la Corona, pese a ser anterior en el tiempo a la Revolución
francesa, no sigue su mismo esquema: no nace una izquierda
radicalizada ni entran en una dinámica golpista que hace temblar el
orden social.
No
han sido pocos los especialistas que consideran que el punto de
partida de ambas revoluciones es el elemento fundamental que las
diferencia a ambas, y que explica por qué en Europa nace una
izquierda combatiente y en las colonias no. Y en gran medida tienen
razón, pero no lo es menos que mientras que en Francia estaban
imbuidos del espíritu de revancha que suelen tener aquellos que
sufren abusos, en las colonias ( y, una vez constituidos, en los
Estados Unidos de América) los Padres Fundadores sientan las bases
de su sistema político especialmente preocupados de limitar el poder
de las instituciones políticas y de la sociedad civil, intentando
que nadie pueda ejercer una posición de poder que pueda llegar a
acaparar demasiado poder.
Es
decir, mientras en los Estados Unidos se avanzaba en el debate y
consolidación de la democracia representativa, en Francia estaban
inmersos en una espiral de violencia (interna y externa, haciendo la
guerra contra las potencias invasoras) que impide hacer viable
cualquier proyecto político interno. Y, como suele suceder, en
tiempos de dificultades y ante la falta de popularidad del proyecto
político de aquellos que gobiernan, se deja mucho espacio para los
proyectos irresponsables. Dicho de otro modo, se daban todos los
elementos básicos que permitirían emerger un proyecto de izquierdas
primitivo.
Uno
de estos elementos básicos van a estar presente en toda la izquierda
hasta Marx, e incluso después de él: la total ausencia de crítica
sobre cómo llevar a cabo sus metas convierte a sus pensadores en
meros exaltadores de las masas. Uno de los más notables, por sentar
las bases del comunismo, fue Babeuf.
Babeuf.
Babeuf
toma el testigo de las denuncias de los enragés y las articula y les
da una coherencia superficial: se preocupa de forma singular sobre
cómo llegar a las mayores cuotas de igualdad, incluso si para ello
debe violar el más mínimo atisbo de libertad o de concepción
racional de la justicia política.
Continuando
con la denuncia contra los juristas (y las constituciones) de la
dañina concepción de la igualdad formal ( igualdad ante la ley),
Babeuf sostiene la misma posición que el autor del Manifiesto de los
Iguales: solo se puede llegar a ser igual imponiendo a la fuerza, si
es necesario, un régimen que confisque toda la producción de bienes
que, posteriormente, distribuirá entre los ciudadanos. Es imperativo
hacer lo que sea necesario, y los fines justifican los medios, por
muy radicales que estos sean. En palabras de Marèchal...
“Desde
tiempo inmemorial se nos repite de manera hipócrita que los hombres
son iguales y desde tiempo inmemorial la más degradante y monstruosa
desigualdad pesa insolentemente sobre el género humano […] pero no
ha podido realizarse ni una sola vez: la igualdad no ha sido más que
una bella y estéril ficción de la ley”.
Y
denunciada la falacia de la igualdad formal, continúa...
“
Somos todos iguales, ¿no es eso? Nadie niega ese principio porque,
salvo si padeciese locura, no podría decirse en serio que es de
noche cuando es de día.
Pues
bien, a partir de ahora pretendemos vivir y morir iguales,como hemos
nacido: queremos igualdad real o la muerte.
Y
tendremos igualdad real, no importa a qué precio. ¡Maldito sea
quien se oponga a ese deseo expreso!
Pocas
dudas dejan estos potentes párrafos sobre su determinación de
llevar a cabo su ideal
Bajo
esta concepción, no serían tolerados los vagos y todos serían
obligados a trabajar y a entregar el fruto de sus trabajos. Como es
fácilmente entendible, esta tarea solo puede ser llevada a cabo por
un gobierno dictatorial que persiga cualquier forma de desigualdad.
Esto incluye aspectos tan básicos como la distribución equitativa
de la tierra o la persecución del lujo y todo elemento de
diferencia, con las únicas excepciones de la edad y el sexo. Y es
que, para Babeuf, las singularidades privadas o las diferencias
grupales son detestables, y por ello no desea aplicar su proyecto a
cualquier tipo de sociedad: solo aquellas extremadamente simples,
basadas en tareas básicas como la agricultura y hacer la guerra
(básica en el sentido de que no es concebible que una comunidad
sobreviva sin dedicarse a las mismas) estarían listas para
convertirse en comunistas, y desplazando (para evitar que se haga
énfasis en las diferencias individuales) a todo tipo de
intelectuales y hombres capaces al ostracismo.
Independientemente
de su deseo, esta clase de proyectos han demostrado ser viables en
sociedades cerradas y en pequeños lapsos de tiempo. Menos viable era
en una sociedad fuertemente influenciada por las ideas de los
ilustrados: desde el compilador de la primera enciclopedia, Diderot,
al mordaz Voltaire, sus ideas habían calado a su sociedad y los
vientos de cambio y de escepticismo ante los imperativos políticos
fuertes hacían (y siguen haciendo hoy en día en cualquier sociedad
medianamente civilizada) muy poco viable que su idea tuviera un apoyo
masivo.
Pero,
¿cómo es posible que proponga medidas tan radicales? ¿ No existe
alguna otra forma menos dramática de llegar a una sociedad más
igualitaria? Babeuf no deja lugar a dudas: no. Hemos llegado a este
punto porque, como ha sucedido en toda la historia, la desigualdad
existe porque los ricos someten a los pobres a través de la
necesidad de estos últimos. De una forma clara escribe que “ es
una guerra declarada entre patricios y plebeyos”, y considera que
su avance hacia la utopía ( distopía, mas bien) es inevitable: la
Revolución francesa no es más que un paso intermedio hacia la
verdadera revolución, que supondrá el fin de las desigualdades de
las que ya hemos hablado.
Ante
esta convicción, Babeuf no teme morir como mártir en defensa de sus
ideas, y confía en que el babuvismo, su doctrina, sobreviva a su
muerte por ejecución, que tuvo lugar en 1797.
El
paso del tiempo ha permitido juzgar de forma taimada el pensamiento
de Babeuf y la importancia que ha tenido en la izquierda de las
futuras generaciones. De una parte, podemos ver que se sigue negando
el valor primordial que tiene la economía a la hora de poner freno a
las ideologías políticas: una cosa es pensar y otra es soñar (al
ser la economía la ciencia que se pregunta por la escasez, no es la
más adecuada para los que desean promover proyectos imposibles, pues
obliga a considerar la idoneidad entre medios y fines). Pero es que,
además, lo hace aceptando la irresponsabilidad que es dirigir a las
masas en tal dirección, pues la frustración que supone el no ver
cumplidas las metas “inevitables” (ya hemos visto que no fue
Marx, sino Babeuf el primero que dibuja la inevitabilidad del
comunismo por el devenir histórico) les hace radicalizarse más, y
considerar que si la violencia ejercida no ha sido suficiente para
llegar a la misma es porque no ha sido la necesaria. Dicho más
claramente, solo con más sangre llegaremos a la utopía.
Por
último, podemos observar que el motor de la historia es , para
Babeuf, la lucha de ricos contra pobres. ¿ Es esta una formulación
básica de la lucha de clases marxiana? Es difícil negar la
identidad de razón entre ambas, y aunque las categorías
contrapuestas puedan resultar excesivamente simples por lo indefinido
de sus términos (¿ los ricos son los que disfrutan de grandes
inmovilizados? ¿ Los que tienen grandes rentas del trabajo? ), lo
cierto es que Babeuf sienta las bases que todo el comunismo
posterior, incluso el de Marx, seguirá.
En
suma, nos encontramos ante la primera formulación significativa del
comunismo económico y político ( es un argumento común el
considerar que la primera experiencia de la misma se produjo entre
los apóstoles cristianos, pero esta no tenía una intención más
lejana que facilitar el avance en la predicación del mensaje del
Cristo, sin más pretensión de universalidad. Al respecto, le
recordamos que en el primer artículo de esta serie tratamos
extensamente este error de concepto) y de la primera justificación
del por qué. Al respecto, es importante dejar claro que no estaba en
el ánimo de Babeuf poner en el centro de su proyecto político a la
justicia. La justicia queda en un segundo plano en el mejor de los
casos, y eso le impedía considerar que la desigualdad puede ser
buena si de la misma se generan los incentivos necesarios para que la
sociedad en su conjunto pueda mejorar su situación.
Este
olvido interesado de lo que pueda ser objetivamente lo mejor para la
sociedad en favor de satisfacer una intuición del pensador es algo
que ha estado tan presente en toda la izquierda hasta la actualidad
que tuvo que ser un liberal quien llenase este vacío intelectual.
Pero ese será el objetivo de un nuevo artículo en el futuro.
El guardián de la sabiduría.
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