Una de las formas más usuales de medir ciertas dimensiones de la inteligencia es presentar al sujeto de estudio problemas de pensamiento lateral, que exigen del mismo el uso de estrategias heterodoxas para poder resolver determinados dilemas. Lo que la misma exige, básicamente, es un cambio en la perspectiva usual y convencional del problema para poder entender a plenitud la naturaleza de este y sus posibles soluciones, que al ser extrañas para las personas adictas al pensamiento lineal, pueden llegar a ser bastante impresionantes. La política no es una esfera diferente en este sentido: nos enfrentamos a una cantidad sobresaliente de informaciones e interacciones entre agentes que hacen fácil perderse en el mare magnum de las mismas sin entender su estructura profunda y el significado de las mismas, y solo usando el pensamiento lateral podremos escapar de las tentativas de los medios de comunicación (y de los comunicadores singulares) de seguir el pensamiento lineal que a ellos intere
Desde hace décadas me pregunto -y tal vez usted también lo haga- si los seres humanos primamos más la competencia o la colaboración, y si hay alguna lo hace, ¿por qué debe ser así?. Esta no es una pregunta baladí, y ocupa un lugar central dentro de las ciencias sociales por un buen motivo: los apologetas de una u otra posición tienden a mirar la realidad social en términos dicotómicos, de modo tal que podamos culparnos de los males que vivimos por el exceso -o defecto- de una u otra: por ejemplo, si para un marxista solo la colaboración de clase puede evitar la perpetuación de la explotación del proletariado, para el liberal será la competencia la que ofrezca el incentivo para que la imaginación humana dé a luz la innovación y mejore el comportamiento del mercado. Y como esta tantas otras: los acuerdos entre agentes dan a luz los contratos sociales; los sistemas de partidos son muestra de las ventajas de colaboración entre ítems agregadores y luchas de partidos, etc. Aun